jueves, 19 de diciembre de 2013

La primera regla en una cita es no lucir agradecido

Las relaciones plásticas tienen la ventaja de no dejar rastros cuando se van. Se desechan y se mantiene la armonía. Se pueden lavar fácilmente y no retienen olores. La fiesta para solteros que se anunciaba afuera de mi departamento tenía ese appeal. “Ven a conocer amigos o a tu próxima pareja. Todos los viernes, registro en 5553931080”. Discreto, sobre una manta y con pintura roja de rótulo. El complejo de departamentos que lo lucía era de los más viejos de la zona, buena parte de sus habitantes eran mayores que ya habían enviudado y solo recibían de vez en cuando la visita de sus hijos y nietos. Casi puedo apostar que habría más perros y gatos viviendo en ese lugar que personas.

Lo había visto ahí colgado durante semanas pero no llamó mi atención hasta esa tarde, justo después de colgar con quien me dijo que las cosas no pasarían de una noche. Era su regla para no encariñarse más, su manera de mantenerse libre de dolores innecesarios. Esa noche no dormirás y no la olvidarás, pero no volverá a pasar. Me lo dijo con tanta naturalidad que casi accedí.

Levanté el teléfono y marqué. Sonó tres, cuatro veces y entró una grabadora. Había que dejar todos los datos y un representante se pondría en contacto en algunas horas. De pronto sonaba más profesional de lo que la manta aparentaba. Llamaron y respondí “Este viernes lo tenemos lleno, las fechas navideñas hacen que tengamos más clientes que de costumbre. Puedo acomodarte para el siguiente viernes, aunque tendrás que llegar después de las nueve que se van algunos de los invitados.”

“Claro, no hay problema. Qué más tengo que saber”.

“Necesitas contar un asunto privado ante todos. Sabes, nosotros no cobramos por participar sino únicamente que accedan a esto que ahora te digo”

“No cobran ¿Cómo se mantienen?”

“Donaciones, pero de eso te platicamos después de la primera reunión. Por lo pronto ven a divertirte si es que estás de acuerdo en lo que te estoy pidiendo ahora”

“¿Qué tan privado?”

“Ésa es una pregunta que no tiene sentido que te la responda. La única persona que sabe el nivel de privacidad de lo que comparte eres tú. Puedes contarnos una mentira y si eres suficientemente bueno nunca lo sabremos”.

Ese viernes estuve tentado a visitar el lugar, pero descubrí que la dirección no era la misma para las distintas fechas. Ante el edificio que me indicó el enlace solo había un departamento viejo, casi lucía abandonado. El Oxxo de la esquina tenía protecciones en sus ventanas, un indicador de lo entretenidas que deben ser las noches aquí. Al salir de ahí tuve esa sensación de estar siendo observado por más de un par de ojos. El extraño que avanza por el campo de visión de quienes vigilan para otros. Esos otros que normalmente no se revelan pero que hacen sentir su presencia.

Durante la semana continué en mis actividades rutinarias hasta que llegó el jueves. Esa noche no pude dormir pensando en tantas tonterías, que podría escribir un diario de todo ello. Durante un sueño me encontré con una mujer que bebía un coctel verde mientras me miraba con indiferencia. Trataba de contarle de mi vida aburrida, diciéndole lo hermosa que era y lo afortunado que me sentía de poder estar ahí. Primera regla en una cita es no lucir agradecido. Las mujeres aprecian la audacia, los hombres que son seguros de sí mismos, una persona que se dice afortunado por estar con ella es alguien que manifiesta su inferioridad. Nada más patético. Pero en el sueño no podía controlarlo. Era yo pero a la vez no. La mujer desapareció y dio paso a una escena en un pasillo exterior. Muchas personas recargadas sobre una barra que parecía interminable. Las similitudes con películas que vi durante la adolescencia eran imposibles de ignorar. El fondo de la barra en tonos que podrían mimetizarse con el caribe mexicano, los vestidos coctel de las mujeres y la iluminación con antorchas clavadas en los jardines. Malditos clichés.

Las personas iban y venían pero parecía como si yo estuviera empotrado en el piso mientras el resto de la escena desfilaba a mi alrededor. Una mujer, luego otra, luego una bebida de colores que rebosaban la copa. Intentaba beberla pero parecía querer escapar de mí antes de permitir ser ingerida. Las mujeres también mantenían una extraña distancia que no podía ser desprecio sino una lucha por mantener su independencia. Te permito estar, tocar un poco mi mirada pero tendrá que seguir el desfile. En algún momento creí percatarme que las cosas finalmente estaban dando vueltas, pues algunas de las mujeres ya no eran tan desconocidas. Eso, o había descubierto patrones que las comenzaron a hacer predecibles. La risa calculada, la mirada a sus piernas mientras yo intento abordarlas con mi mejor speech. La sonrisa tiesa y el meñique a su ceja como pruebas de aburrimiento, tan pronto vuelvo a poner atención a la mujer ya estoy en otro lugar de la fiesta.

“Soy adicto al rivotril y puede que pierda el sentido a la mitad de esta fiesta” ahora recuerdo vagamente haberlo dicho justo antes de comenzar mi primer trago. Fue mi pase de bienvenida a la fiesta. Ahora despierto en un cuarto oscuro, la boca seca y amarga. Es el mismo departamento que vi la noche del viernes ¿o fue ayer? Salgo y me encuentro el Oxxo. Ahí el encargado de la caja me indica que sí recuerda haber escuchado una fiesta pero no puso mucha atención “aquí hay fiestas todos los días, señor”.


La manta seguía ahí cuando volví a mi departamento. Metí la mano a mi bolsillo y me encontré un cartón arrugado que saqué y abrí. Era un número de teléfono y debajo el nombre “Ingrid”. Inmediatamente lo rompí y tiré a la basura. No hay otra manera de mantenerse libre de dolor.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Hoy es un día soleado.

El decreto vino por la mañana. Aún estaba desayunando cuando se anunció por la radio oficial que el presidente Inmaduro había firmado durante la madrugada una ordenanza que prohibía hacia el futuro el aumento del nivel del mar, y para que no quedara duda, también firmó el decreto “que establece las bases para un calentamiento global ordenado y a favor de las clases populares”.

La reacción en Washington no se hizo esperar. En principio, el secretario de Estado Jerry declaró que no se daba por enterado de la situación, pues seguía sin demostrarse que existiera tal cosa como el calentamiento global “fue la campaña de Al Gone para ganar el premio Nóbel. Qué bueno que no se lo dieron al mentiroso ése”. En las Naciones Unidas no hubo reacción pues era martes de asueto. La comisión permanente del Congreso de los Establos Unidos Mexinacos fue a preguntarle a Enrique Pifias Neto qué es lo que podía declarar, pues no fuera a malinterpretarse una comunicación independiente del Congreso como un desafío al Pacto por México.

La ciudad de Maracaibo se salvó porque la protegió la masa continental, pero Caracas sufrió la peor embestida del mar del Este. El huracán Fidel vino y levantó grandes masas de agua sobre la ciudad costera y capital de Vendesuelas. Inmaduro decretó la prohibición antes mencionada y comenzó la persecución de los capitalistas salvajes que habían provocado semejante desastre. Los desastres nunca son naturales, seguro algo hicieron para que pasara lo que pasó. La policía secreta comenzó la investigación y apresó a Caprichi y a toda su horda de bandidos que osaron crear a la oposición que tanto daño le ha hecho a la república bolivariana. Después de largas horas de tortura, uno de los traidores a la patria confesó. Tomó mucha Coca Cola, compró dólares en el mercado negro y dejó abierta la llave de la regadera cuando se estaba enjabonando. La ordenanza que regula el calentamiento global establece claramente en su artículo veinticuatro que cualquiera de estas actividades será tomada como un abierto desafío a las autoridades populares de Vendesuelas, con el castigo correspondiente. Debe morir a pedradas en la plaza pública.

Aún recuerdo ese desayuno porque había olvidado separar la basura. El señor basurero actuó sin mucha sorpresa cuando levantó las bolsas del contenedor, pero recuerdo vagamente que anotó el número de la casa. Me apresuraba para hacer las maletas y huir del país cuando tocaron violentamente la puerta “¡señor Sardina! ¡señor Sardina, abra la puerta!”. Una descarga eléctrica recorrió mi espina dorsal. La voz de estos sinvergüenzas que amenazaban con derrumbar mi puerta se escuchaba demasiado cubana para ser verdad. Seguro eran de las brigadas médicas que mandó el señor Raúl desde la isla hace algunos años. Todos sabíamos que además de médicos eran espías, y en algunas ocasiones necesarias, eran los que desaparecían a los enemigos del sistema. Qué hacer, qué hacer. Volví al baño para ver si me había rasurado bien. No quería acumular más cargos si es que me atrapaban. Abrí la regadera para hacer creer a los de afuera que me bañaba y que eso retrasaba que les abriera, pero luego recordé el estúpido artículo veinticuatro.

No me quedaba mucho por hacer. Subí al techo y de ahí corrí entre las terrazas hasta la calle de atrás. La cuadrilla médica se percató y comenzaron a rodear la cuadra desde ambos extremos. Escuché gritos de vecinas alteradas que miraron a los hombres correr con jeringas y cubrebocas. Lo que menos quería era hacer un escándalo en la cuadra, pero ya no había mucho más.

Fue el perro del vecino el desagraciado que lo echó todo a perder. No ladró, eso hubiera sido demasiado común. Se quedó callado, mirándome ¿Cuándo han visto un perro que cierre la boca cuando lo tiene que hacer? Uno de los médicos vio al pastor alemán lamiéndose los bigotes mientras me miraba atento en el techo de su casa. Tal vez pensó que le lanzaría algo de comer. Traté de bajar sin hacer mucho ruido, pero ya me esperaban.

El juicio comenzó dos semanas después. Desistí de un abogado pues sabía que vendría uno de oficio que solo haría las cosas más complicadas. “Señor Sardina, los cargos que pesan sobre usted son impresionantes, hay hasta para condenar a cuatro seres humanos con los años que podríamos apresarlo. Sin embargo, usted sabe que el presidente Inmaduro es un hombre benevolente y que quiere a su pueblo. Está dispuesto a perdonarle todas sus faltas si tan solo acepta ser nuestro cuidador de cuadra. Sabe, los cubanos están prontos a volver a la isla, y necesitamos tener una red de ciudadanos comprometidos que hagan cumplir las nuevas ordenanzas del pueblo vendesuelano. Además de la que se decretó ayer para prohibir que vuelva a subir el nivel del mar, están las otras dos que prohíben el comercio y la explotación de nuestra gente. Los policías no se van a dar abasto, así que necesitamos que la propia gente cuide de sí misma. Queremos que usted sea uno de ellos. Sabe que el peligro es latente, pues la oposición se está armando para resistir. Caprichi está recibiendo apoyo secretamente desde Washinkston, algunos hablan de armas.”

Rechazar nunca fue una opción. Mi desayuno ahora lo paso más tranquilo. Mi nueva profesión me asegura un pago mensual que sale de las rentas petroleras. No debo hacer nada más que caminar por la cuadra y tomar nota en una libretita que me dieron en la oficina del juez. Apellidos, quieren tres o cuatro apellidos por mes y todo sigue tranquilo. El que anoto desaparece por la noche.

La ciudad se va recuperando del terrible ataque del huracán Fidel y los malditos infieles que lo planearon. El nivel del mar se ha mantenido bajo control igual que el tipo de cambio. La inflación sigue por los cielos, pero será cosa de encontrar quién lo sigue motivando a pesar de las ordenanzas que decreta Inmaduro.

Hoy por la mañana se anunció un día soleado. Las nubes que veo por la ventana deben ser el problema que recientemente me he encontrado en los ojos. Principios de cataratas, dijo la brigada médica que me visitó la semana pasada, y que de paso se llevó la libretita del mes.  

lunes, 11 de noviembre de 2013

Taxi Drives

Procuro mantenerme en silencio para evitar su invitación a compartir. Ese asiento solitario, moviéndose de un lado a otro. Yo no quiero saber tu vida y sin embargo me la compartes. 

"Acabo de venir del aeropuerto. Tomé pasaje en la carretera. Eran dos ingenieros que estaban en la obra de la Nissan."

Pensé en decirle que la multa por tomar pasajeros en zonas federales es de doce mil pesos, pero eso sería abrir la conversación. Las preguntas incómodas, las sonrisas falsas, el desinterés disfrazado de empatía. Nuevamente mi silencio y una mirada perdida. 

Mi problema no es platicar, sino descubrir que no se trata de saber sino de enseñar. Cada vez, el solitario conductor enseña lecciones mientras siquiera pone atención a las respuestas del cliente. 

"Usted tiene cara de abogado"

"Soy profe, señor"

"¿Profe? ¿Y es feliz?" Antes de que le responda su monólogo ya despegó.

"A mi me toca ver jóvenes todo el tiempo. La mayoría se ve de lejos que no valen madre. Llegan crudos el lunes a su primera clase.  Yo lo perdí todo por el alcohol. Era empresario, tenía familia, tenía amigos ¿sabe quién quedó cuando se acabó el dinero? Nadie. Tuve problemas hasta para mantener relaciones sexuales. El psicólogo me dijo que era por tanto tomar y por depresión. Conocí a una mujer espectacular a la que no pude hacerle nada. Nada joven. Nunca me funcionó. Era una mujerzota alta y deportista. Una diosa ¿sabe cuándo pude volver a tener relaciones? Una noche después de dos años de impotencia me soñé con una mujer hermosa pero sin cara. Por más que intentaba verla tenía velos en el rostro. La penetré, la hice mía completamente pero nunca le pude ver la cara. Después de ese día todo funciona bien. Le pedí perdón a mi exesposa, ahora ella no tiene pareja pero entendemos que ya no funcionará."

Le pago y le doy las gracias. El vuelo sale en una hora. El taxi se va, a lo lejos lo veo pararse en un puente y tomar otro cliente. 

miércoles, 30 de octubre de 2013

Los chapulines nos comerán a nosotros.

Miraba el reloj de la plaza principal. Los demás edificios en colores chillones tan típicos de lo que suponemos es nuestra tradición mexicana. Dueños de tantas riquezas y nos conformamos con esa imposición tipo sanborns de nuestra cultura. Los delantales y las pañoletas, los panes de muerto y las flores amarillas. 

El amigo que me boleó los zapatos me dijo que ese Cristo en el cerro era como el de sao paolo. Igualito, nada más que allá tiene los brazos abiertos. Quitó mis agujetas y lavó por fuera. Luego me preguntó si quería que le pusiera tinta, le dije que si. 

La gente dice que va a llover pero yo digo que no. ¿Pero esas nubes no están muy oscuras? No para nada joven. Aquí las nubes se ponen negras pero no significa nada. Verá, aquí llueve por las mañanas o por las tardes, a veces en la madrugada, pero nunca a mediodía. Yo vengo de más al sur donde sí llueve todo el día. 

Trae gastada una de sus agujetas, patrón. ¿No quiere que le muestre unas que vende mi amigo aquí a un lado? Si ándale ¿De las cortas o de las largas? A ver cual le quedan bien, yo creo que las cortas. 

¿Y de dónde viene? Mis ganas de decirle Monterrey se quedan a la mitad hasta que le digo Aguascalientes. Eso queda al norte, ¿no? Más bien al centro, tenemos Guadalajara a la izquierda y Zacatecas al norte. Me pone cara como si le estuviera describiendo pueblos en el centro de África.

Aquí dónde se come rico, oiga. Uh, patrón, aquí lo típico son los pastes. Pídalos con hojaldre. Mis favoritos son los de mole rojo. Aquí enfrente no están muy buenos pero quedan cerca. Si, ya casi tengo que irme a la central de autobuses. Pida de frijolitos con chorizo. No como chorizo. Bueno, pero los de mole rojo no se los puede perder. 

Quedan mis zapatos, les pone las agujetas largas porque las cortas no le quedaron. Son 20 pesos con todo y agujetas. Me da un golpe en el zapato izquierdo para indicarme que la plática se acabó. Le pago y camino rumbo al banco. Comienza a llover tan fuerte que todos tenemos que correr a resguardo. Junto a mí otro vendedor trata de convencer a una güerita que pruebe los chapulines. Si no nos los comemos nosotros, ellos nos van a comer a nosotros. Eso dice la Biblia si no me cree.  

martes, 29 de octubre de 2013

los que caminan tristes

Todo comenzó como una broma. Eran los tiempos cuando Vicente Fox impulsaba el desarrollo inmobiliario como motor de la economía mexicana. Todos teníamos derecho a una casita y dejar de rentar o vivir con nuestros suegros. Luego vinieron las inmobiliarias con sus nombres cursis para las nuevas colonias en las afueras de las ciudades.

El juego comenzó entre el Dr. Zúñiga y su compadre con el que siempre se tomaba una botella de ron los martes. “Es una máquina muy simple” dijo mientras miraba a su compadre a través del vaso ámbar. “por un lado son frutas o flores, por el otro lugares exóticos. Es un conjunto de dados, verás qué fácil es usarlo y tener todos los nombres que se te ocurran”.

El juguete surgió porque a la gente se le iban acabando las ideas para las colonias. Primero comenzaron con lugares lejanos que sonaban elegantes. Venetto, Rioja, Burdeos. Luego los ríos y las montañas, luego los santitos. Eran tantas las colonias nuevas que había que encontrar una nueva forma de bautizar.

“Arrójalo y verás”. El compadre lo hizo sobre la mesa y apareció primero una lista. “Huerto”, y luego el otro dado “de las fresas”. Lo volvió a arrojar, “cordillera” y en el otro dado “de los arándanos”. El compadre no lucía sorprendido, era más bien un artefacto simplón, algo que un programa de Excel pudo haber realizado con la función de Aleatorio. Pero bueno, era su compadre y había que mostrar algo de solidaridad.

El problema no fue entonces, sino décadas después. Los antropólogos fueron los primeros en señalarlo. La idiosincrasia de un pueblo se puede trazar a partir de los nombres de los lugares. Normalmente arrojan señales de los héroes y de los mitos que conforman a un grupo en particular ¿Cómo rastrear a esta gente que vive entre frutas y flores? No poseían identidad, se trataba de subhumanos sin una identidad a la cual asirse.

Al principio pensaron que era otra de las mamadas que inventan los antropólogos para justificar su existencia, pero luego se les vio caminando sin rumbo. Lucían un poco más tristes que aquéllos que crecieron en colonias que sí venían de lugares con significado. Por ejemplo, yo crecí en la avenida del puerto y soy un pobre diablo. Nada que ver con mi amigo que creció en la Venustiano Carranza. Él un ganador, yo aquí escribiendo.


Las colonias siguieron creciendo y eventualmente la gente comenzó a construir historias sobre cómo llegamos a llamarnos el valle de los guayabos. Dijeron que todos vinimos de un gran fruto, que un grupo de pioneros caminó por estas tierras cuando todavía había animales salvajes y era peligroso. Fundaron donde vieron un árbol y comieron de sus frutos. Creo que uno era prohibido pero ya no me acuerdo qué le pasó a los pobres diablos.

martes, 8 de octubre de 2013

tres naranjas

Pasé de nuevo por esa esquina de Juan Pablo Segundo y Adolfo Ruiz Cortines. El semáforo es un monumento a la ineficiencia pero al menos te permite observar y eso fue lo que hice mientras esperaba el verde. Los mismos taxis colorados, las personas tristes que van sin querer ir, con la expresión del ganado que es llevado.

Me fui con la mirada al cielo. Ahí te saludé y luego regresé. Los niños estaban ahí, entre los carros. Malabareaban tres naranjas cada uno. Encantadores, pintados con la nariz roja y los cachetes blancos. Tenían una técnica infalible. Maniobrar las naranjas y mirar inocentemente a través del volante a los pinches mamones que nos arremolinamos en ese semáforo ansiando el verde como si eso fuera a cambiar nuestras vidas.

Terminando el show pasaban por entre los carros, uno de cada lado. Las monedas iban cayendo. Ellos tomaban nota de quiénes no les dieron y quiénes los trataron mal, porque nunca falta un idiota que intenta desprestigiar al amor cada vez que surge oportunidad.

Ese idiota estaba marcado por la maldición. En cuanto se ponía el verde, el niño más grande se volteaba y reventaba una naranja contra el vidrio trasero de su carro y ambos saldrían corriendo calle abajo, imposibles de ser seguidos "Hijos de su reputa madre vengan para acá".

Ese momento balanceaba toda la injusticia de este mundo y arrancaba una sonrisa a más de uno de los tristes. Esa vez no pude contener la risa. Si pudiera regresar el tiempo estos niños se habrían ganado mi moneda de diez.

El pendejo que recibió el naranjazo además se ganaba más de un insulto de algún desesperado que le pitaba por bajarse del carro con mirada amenazante. "Apúrate que se va a volver a poner en rojo".

Seguro crecen para volverse delincuentes, pero creo que necesitamos más de esos para cambiar un poquito este mundo tan acostumbrado.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Los aviones.

Me encontraba mirando a los aviones salir. Hace tres días no salía ninguno, pero la frecuencia ha ido aumentando. Hoy sale uno casi cada cuarenta segundos. Dice mi tío que fue operador en el del DF que eso solo se ve allá y a lo mejor en Charles DeGaullle.

También salían algunos aviones militares, pintados en su característico verde opaco. Estos eran más grandes, creo que uno de ellos fue un Hércules, esos que usan para mover carros y otros caprichos del señor presidente.

Acá la gente está muy desesperada. La foto que se hizo famosa fue la de los compañeros que se volaron las pantallas planas en la zona Diamante, pero las otras fotos no las pasan. Tenemos ya seis días sin agua ni comida. Después de la calle turística la ayuda nomás no llega. Nos quedamos viendo cómo van y vienen los taxis que salen para el aeropuerto. Los hoteles tienen agua purificada y comida hasta reventar, pero acá en la Colosio ni nos voltean a ver.

Tenemos que ser turistas para que nos traten como personas.

El huracán pasó, pero lo que más duele ni siquiera lo hace la naturaleza.

Vino el presidente a pasearse en su camión a prueba de inundaciones. Tomó algunas fotos, saludó a algunos damnificados previamente evaluados por la gente del gobernador. Luego ya no volvimos a saber nada.

Hoy me mandaron decir que me fuera para mi casa. Eso de estar mirando hacia la zona hotelera incomoda a los turistas. Me dijeron que ya saben donde vivo. Si de verdad supieran que yo ya no tengo casa porque se la tragó el lodo tendrían más miedo.


martes, 3 de septiembre de 2013

Los puntos de Amazon

Apple impactó al mundo financiero cuando anunció que con el ánimo de hacer más atractivo su mercado de libros electrónicos y música, devaluaría su sistema de crédito frente al valor de los puntos de Amazon. La primera de dos decisiones sería que a partir de ese momento, las tarjetas prepagadas de Amazon podrían ser registradas en iTunes o cualquiera de las plataformas de Apple. La segunda decisión fue que por cada punto de Amazon, Apple registraría 1.3 puntos.

Los analistas se volvieron locos. Decenas de programas dedicaron sendos análisis a la situación. Por un lado estaba el problema de cómo le haría Apple para recuperar el dinero que la gente estaría pagando a Amazon por las tarjetas prepagadas. No tiene ningún sentido, el dinero no está llegando a los bolsillos de los accionistas de Cupertino. Sin embargo, la decisión parecía tomada. El Dow Jones reaccionó como se esperaba, las acciones de Apple bajaron un 4% en las primeras seis horas después del anuncio. Amazon no reportó movimientos sustanciales.

Pasaron días, casi semanas. Los directivos de Amazon no daban ninguna noticia, nada que pudiera animar a los mercados o siguiera a la prensa. Mucha gente lo vio como un movimiento desesperado para aparecer en los medios de comunicación después de la noticia de que las ventas de Samsung estaban rebasando espantosamente las del iPhone. Otros dijeron que era la respuesta de Apple ante la compra extraña que hizo Amazon del Wall Street Journal. Los millonarios tecnológicos se están volviendo locos, ya no saben qué hacer con su dinero.

“Es la inauguración de las monedas privadas” dijo Krugman en una declaración que heló la sangre a más de uno. “Por primera vez estamos viendo corporaciones que se atreven a especular con sus propias monedas. Starbucks no tarda en hacerlo también con sus puntos Gold. No tardan tampoco en asignarle un valor a la paridad iTunes-dólar”.

A mí la noticia me encantó. Tenía meses queriendo encontrar puntos de Amazon en México ¿sabían que los angelitos solo las venden en Estados Unidos? La alternativa es meter la tarjeta de crédito, pero eso siempre conlleva el riesgo de las compras mafiosas, o las compras digitales, esas que hacen con el celular los dedos en el bolsillo sin que el resto del cuerpo se entere.

Fui al Oxxo por una tarjeta de iTunes prepagada y estaban agotadas. En el Office Depot no falló y pude comprarme una de 500 pesos. Estuve tentado de comprar también una de Farmville por aquello de que muy pronto también la paridad con Candy Crush se disparara ante los temores de que la Bolsa de Valores Argentina diera la sorpresa al final de la semana. Me contuve y guardé mi dinero.

Después de registrar la tarjeta en mi iTunes, ahí estaba “Usted tiene 500 pesos”. Ahora la pregunta angustiante era cuánto iba a tardar Amazon en reaccionar y aceptar los puntos de Apple en su página. Me dispuse a esperar.

Una mañana fría de octubre, el director de Amazon lo confirmó. Si los de Cupertino quieren jugar rudo, que vengan a jugar. A partir de ese día, cualquier tarjeta de Apple podía registrarse en la página de Amazon ¿La paridad? Se sigue respetando lo que los mercados monetarios indiquen. Para ese entonces la paridad ya estaba 1.6 puntos de Apple por cada punto de Amazon.

Maldije mi vida por haber registrado la tarjeta en Apple. Supuse que las transferencias electrónicas entre monedas serían aceptadas eventualmente, pero al menos en octubre no fue así. Cuando fui al Office Depot por otra tarjeta de iTunes descubrí que ya no había.

“Aunque me dicen que no tardan en aceptar las tarjetas de Gandhi. Yo que usted me surtía, señor”.  La empleada del Office me sonrió maliciosamente, como si supiera algo que yo no.


El gobernador del Banco de México sigue sin hacer declaraciones al respecto. Eso sí, qué bonito se le veía su Giorgio Valentino que estrenó en la última junta del Comité. 

martes, 20 de agosto de 2013

la cruz se hizo nopal

La cruz que habían puesto en el camellón se volvió un nopal. Me dirán que el nopal cubrió a la cruz y que por eso parece que se volvió nopal, pero no. Ya la fui a ver hace dos días. No es noticia porque nada en esta ciudad es noticia hasta que sale en el noticiero de las diez en el D.F. Igual así nos enteramos que el exgobernador lavaba dinero y que la feria es la mejor fiesta del país. Aquí no se la creían hasta que los chilangos les dijeron que así era.

Era una de esas cruces que ponen en el camino, que simboliza la despedida de los familiares por el chofer que se quedó dormido o que lo chocaron de frente.

"Q.E.P.D. Ricardo Martínez. 1982-2013".

Y te digo, se hizo nopal la cruz. Primero se puso en un tono verdoso lo que antes era una reluciente cruz blanca. las espinas primero fueron confundidas por astillas.

Ahora ya de la cruz nadie se acuerda.

viernes, 9 de agosto de 2013

el helecho no es una planta

Lo primero que descubro fue que la maceta estaba pudriéndose, y lo descubrí de la peor manera. Había encontrado ese helecho maltrecho encima del contenedor de la basura. Recordé por un lado a mis plantas abandonadas en la casa que tuve que dejar por la oferta de trabajo y cómo deben estar muriendo poco a poco. Recordé la tristeza que recorre el interior de todas las plantas, y las emociones que transmiten cuando son bien tratadas. Dije que era hora de intentarlo, buscar enmendar mis pecados dejados en aquella ciudad con una buena acción en ésta.

Corriendo con la maceta en una de mis manos les decía que descubro su fragilidad. Plástico expuesto demasiado tiempo al sol ¿qué ni siquiera sabían que los helechos son plantas de sombra? Para ser exactos los helechos ni siquiera son parte del reino vegetal pues no poseen semillas ni flores. Se reproducen a través de esporas, pero eso se los cuento en mi siguiente entrega sobre jardinería fácil para todos.

Recojo lo que queda de la maceta y llego a mi casa, unos metros más adelante. Un helecho que seguramente lleva tiempo sin agua, abro la llave y lo inundo un rato. De entre las burbujas surge un llavero. Los vecinos que abandonaron al helecho olvidaron que éste era su escondite. Bien por ellos. Una buena venganza sería buscar su casa y dejar la llave pegada en el cerrojo con una nota de agradecimiento por el regalo. Pienso en la intranquilidad cuando imaginen si junto con la nota también vino una reproducción de la llave; el cambio de cerradura o en su defecto las noches poniendo atención al más mínimo ruido. Será una buena forma de devolver el sufrimiento a su lugar de origen. El helecho se restaurará kármicamente con esta acción.

Es viernes, así que tengo oportunidad de utilizar los siguientes dos días para recorrer la colonia. Hay algunas cosas en el llavero que me permiten reducir el abanico de opciones. Primero, la marca de una de las llaves no es tan común. Por la madrugada doy el primer recorrido sin mucho éxito. Es hasta las ocho de la mañana del día siguiente que encuentro tres casas que cumplen con el requisito de tener la cerradura con la misma marca. Esa noche intento sin éxito, no entiendo. Vuelvo a recorrer la colonia para ubicar otras opciones. Solo hay una más. Es mi casa.

Pruebo la llave, entra sin problema. Doy vuelta a la cerradura, el perro comienza a ladrar. Todo regresa a su origen.

martes, 30 de julio de 2013

los perros mantienen una estructura social inflexible.

Una basurita, eso pensé al principio. Entró al ojo mientras corría y me hizo detenerme un momento. Me tallé el ojo como indica el procedimiento.

El mareo vino después.

Me encontraba desayunando al diá siguiente y supe que algo andaba mal. el párpado me comenzó a temblar como cuando hay mucha cafeína en la sangre. No se hagan los que nunca lo han sentido. Una taza de café, dos tazas de café. El ojo empieza a temblar.

Esta vez reventó y todo lo que pude ver fueron colores. No el arcoiris, eso hubiera sido demasiado cliché. Nos aventamos a la alberca y los colores se desparramaron por todo el patio. El perro alcanzó a escapar por una nada pero si no también hubiera acabado empapado de colores. Un perro de colores no es respetado por sus compañeros.

Nunca lo han visto, pero los perros mantienen una estructura social inflexible.

De esto les escribo en otra ocasión.

viernes, 26 de julio de 2013

Mira.

El hombre del taller de bicicletas mentó la madre por segunda vez. No llegaba el pendejo de su asistente y ya tenía fila de clientes. Cada vez que llueve es lo mismo, las cámaras se rompen en los baches que la gente no ve por el agua, los pedales y las estrellas se doblan, es una mina de oro.

"Se van así desapareciendo para arrancar sus propios negocios luego que aprenden como le hago. Pero pasan unas semanas y vienen de regreso a pedir chamba ¿No que estaba tan pelado, cabrón? ¿No que cualquiera se la podía aventar?" Sonríe y se le tuerce el rostro, seguro está recordando la última vez que el pendejo de su asistente se desapareció y luego vino a pedir perdón.

Llega un Datsun ochentero color negro y se estaciona. Dos personajes ocupan los asientos del chofer y el copiloto. El que maneja abre la puerta y sale del carro. Sus pantalones vienen tan abajo que para cualquiera que estuviera distraído con la escena habría recibido de regalo la desagradable fotografía de sus nalgas.

"Andaba buscando la pieza, mi Arturito. No te me enojes tanto"

"Hijo de la chingada, ve como tengo de clientes y tú te me vas. Mira, atiende al señor en lo que termino esta bicicleta ¡Pablo! Pablo, dónde andas. Mira, ve con mi suegro y pídele la llave para tronar las bielas." Sale Pablo, un personaje de no más de quince años en su bicicleta hasta que da vuelta en la esquina.

"¿Qué vamos a hacer con su bicicleta?" Me pregunta el personaje que sigue sin subirse el pantalón.

"Mira, trae flojo el manubrio. Cada vez que ando en una subida y tengo que pedalear parado me cuelgo del manubrio y lo aflojo. No sé si sea porque está muy floja la tuerca o porque está muy jodida la bicicleta. También quise subir el asiento pero a la hora que aflojé la tuerca ya no la pude volver a apretar".

"A ese asiento le falta una abrazadera"

"Lo habré perdido".

El hombre del taller de bicicletas le pide a otro asistente que sostenga la otra bicicleta mientras él trata de tumbar la biela a mazazos. El ruido es una pesadilla. Llega detrás de mí una señora con un escote de viernes por la noche y un niño que carga una bicicleta que está ponchada de las dos llantas "No sé si solo sea de echarle aire o hay que hacerle algo más"

"Ahorita se la revisamos, señito. Nada más deme diez minutos. Mira señor, la bronca con tu bicicleta es que la compraste bien austerota ¿Cuánto te costó?" Tardo un momento en darme cuenta que está hablándome a mí, es hasta que me avienta otra vez la sonrisa chueca.

"Mil trescientos en el Chedraui que está aquí a dos cuadras".

"Es que ésa es la cosa. Te las arman bien austerotas y no te duran nada. Mira, yo te hubiera vendido una lechera que tengo aquí atrás. Novecientos varos y te la pinto del color que quieras. Es de las antiguas, mira". Abre un mueble que tiene al fondo y me enseña un cuadro oxidado con manubrio de cuernos. No veía uno así desde mis ratos en el pueblo.

Llega Pablo con las manos vacías "Dice tu suegro que no te presta ninguna herramienta. Que si quieres, te la vende porque no le gusta prestar su herramienta"

"Hijo de la chingada. Mira, vamos a sacarla a mazazos, agarra la bicicleta tú también". Empieza otra vez el ruido, la señora del escote se desespera un poco y se sienta en el escalón de la entrada. Los hombres que andamos por ahí parados nos vemos obligados a mirar a otra parte. Bendito pudor que nos rodea para darnos recetas ante estas provocaciones.

La biela y la estrella central salen volando al vigésimo chingazo del mazo. El dueño de la bicicleta se le queda viendo al señor del taller con cara de y ahora qué sigue. "Ves cómo vienen ahora las bicicletas, las hacen de pinche plástico. Te la puedo arreglar pero no tardas en volverme a visitar para que te la enderece. Cómo ves, ¿la cambiamos?"

El dueño lloriquea un poco hasta que convence al señor del taller de arreglarla a mazazos. "Te la voy a tener para mañana entonces ¡Pablo! Mira, vete aquí con mi suegro y cómprale una abrazadera para la bicicleta del señor. Te va a costar veinte pesos llévatelos y vete en chinga"

"Uh, que la chingada ¿no se te ofrece algo más?" Pablo vuelve a agarrar su bicicleta, esta vez arrastrando un poco más los pasos. Se pierde otra vez en la esquina.

"¿Entonces qué, mi señor? ¿Se anima con la lechera o qué?"

"Espérate a que me acabe ésta. O bueno, a fin de mes vengo, pero ando buscando también una de mujer"

"¿De mujer dijo? Hubiera dicho antes. Tengo una chingonsísima aquí atrás, mira nada más para que te enamores. Es de las antigüitas. Mira el cuadro. Las llantas vienen con vistas blancas."

"Vengo en la quincena"

"Pero te la voy armando, tú dime de qué color la quieres. Sin compromiso. La miras y ya decides, pero estoy seguro que te la vas a llevar. Va a quedar al putazo."

"Vengo la otra semana para verla"

"Aquí te la voy armando ¡Pablo! ¿Dónde andabas cabrón?"

"Con tu suegro. La abrazadera costó treinta. Dice que le debes diez".

"Hijo de la chingada. A ver, tú atiende al señor en lo que yo termino esta bicicleta".

"¿Qué le vamos a hacer?"

"El manubrio anda flojo y le vamos a poner la abrazadera para que ya no se baje el asiento".

"¿Qué tan alto quieres el asiento, morro?" Tardo un segundo en descubrir que yo soy el morro.

"Ahí te lo había dejado a la altura, pero deja vuelvo a checarla". Me subo a la bicicleta hasta que dejo el asiento a la altura.

"Ahí quedó" me muestra la bicicleta mientras limpia el sudor de sus manos que se quedó manchando el asiento.

"¿Cuánto te debo de esto?"

"Arturito, que si cuánto va a ser"

"Ahí nomás unos cien varitos. No, no se crea señor. Páguele la abrazadera al morro y listo.

Me voy pedaleando y llego a la subida antes de la casa. Me paro en los pedales y se me afloja el manubrio que nunca me apretaron. Hijos de la chingada.