Las relaciones plásticas tienen la
ventaja de no dejar rastros cuando se van. Se desechan y se mantiene la
armonía. Se pueden lavar fácilmente y no retienen olores. La fiesta para
solteros que se anunciaba afuera de mi departamento tenía ese appeal. “Ven a
conocer amigos o a tu próxima pareja. Todos los viernes, registro en 5553931080”.
Discreto, sobre una manta y con pintura roja de rótulo. El complejo de
departamentos que lo lucía era de los más viejos de la zona, buena parte de sus
habitantes eran mayores que ya habían enviudado y solo recibían de vez en
cuando la visita de sus hijos y nietos. Casi puedo apostar que habría más
perros y gatos viviendo en ese lugar que personas.
Lo había visto ahí colgado durante
semanas pero no llamó mi atención hasta esa tarde, justo después de colgar con
quien me dijo que las cosas no pasarían de una noche. Era su regla para no
encariñarse más, su manera de mantenerse libre de dolores innecesarios. Esa
noche no dormirás y no la olvidarás, pero no volverá a pasar. Me lo dijo con
tanta naturalidad que casi accedí.
Levanté el teléfono y marqué. Sonó tres,
cuatro veces y entró una grabadora. Había que dejar todos los datos y un
representante se pondría en contacto en algunas horas. De pronto sonaba más
profesional de lo que la manta aparentaba. Llamaron y respondí “Este viernes lo
tenemos lleno, las fechas navideñas hacen que tengamos más clientes que de
costumbre. Puedo acomodarte para el siguiente viernes, aunque tendrás que
llegar después de las nueve que se van algunos de los invitados.”
“Claro, no hay problema. Qué más tengo
que saber”.
“Necesitas contar un asunto privado ante
todos. Sabes, nosotros no cobramos por participar sino únicamente que accedan a
esto que ahora te digo”
“No cobran ¿Cómo se mantienen?”
“Donaciones, pero de eso te platicamos
después de la primera reunión. Por lo pronto ven a divertirte si es que estás
de acuerdo en lo que te estoy pidiendo ahora”
“¿Qué tan privado?”
“Ésa es una pregunta que no tiene sentido
que te la responda. La única persona que sabe el nivel de privacidad de lo que
comparte eres tú. Puedes contarnos una mentira y si eres suficientemente bueno
nunca lo sabremos”.
Ese viernes estuve tentado a visitar el
lugar, pero descubrí que la dirección no era la misma para las distintas
fechas. Ante el edificio que me indicó el enlace solo había un departamento
viejo, casi lucía abandonado. El Oxxo de la esquina tenía protecciones en sus
ventanas, un indicador de lo entretenidas que deben ser las noches aquí. Al
salir de ahí tuve esa sensación de estar siendo observado por más de un par de
ojos. El extraño que avanza por el campo de visión de quienes vigilan para
otros. Esos otros que normalmente no se revelan pero que hacen sentir su
presencia.
Durante la semana continué en mis
actividades rutinarias hasta que llegó el jueves. Esa noche no pude dormir
pensando en tantas tonterías, que podría escribir un diario de todo ello.
Durante un sueño me encontré con una mujer que bebía un coctel verde mientras
me miraba con indiferencia. Trataba de contarle de mi vida aburrida, diciéndole
lo hermosa que era y lo afortunado que me sentía de poder estar ahí. Primera
regla en una cita es no lucir agradecido. Las mujeres aprecian la audacia, los
hombres que son seguros de sí mismos, una persona que se dice afortunado por
estar con ella es alguien que manifiesta su inferioridad. Nada más patético.
Pero en el sueño no podía controlarlo. Era yo pero a la vez no. La mujer
desapareció y dio paso a una escena en un pasillo exterior. Muchas personas
recargadas sobre una barra que parecía interminable. Las similitudes con
películas que vi durante la adolescencia eran imposibles de ignorar. El fondo
de la barra en tonos que podrían mimetizarse con el caribe mexicano, los
vestidos coctel de las mujeres y la iluminación con antorchas clavadas en los
jardines. Malditos clichés.
Las personas iban y venían pero parecía
como si yo estuviera empotrado en el piso mientras el resto de la escena
desfilaba a mi alrededor. Una mujer, luego otra, luego una bebida de colores
que rebosaban la copa. Intentaba beberla pero parecía querer escapar de mí
antes de permitir ser ingerida. Las mujeres también mantenían una extraña
distancia que no podía ser desprecio sino una lucha por mantener su
independencia. Te permito estar, tocar un poco mi mirada pero tendrá que seguir
el desfile. En algún momento creí percatarme que las cosas finalmente estaban
dando vueltas, pues algunas de las mujeres ya no eran tan desconocidas. Eso, o
había descubierto patrones que las comenzaron a hacer predecibles. La risa
calculada, la mirada a sus piernas mientras yo intento abordarlas con mi mejor
speech. La sonrisa tiesa y el meñique a su ceja como pruebas de aburrimiento,
tan pronto vuelvo a poner atención a la mujer ya estoy en otro lugar de la
fiesta.
“Soy adicto al rivotril y puede que
pierda el sentido a la mitad de esta fiesta” ahora recuerdo vagamente haberlo dicho
justo antes de comenzar mi primer trago. Fue mi pase de bienvenida a la fiesta.
Ahora despierto en un cuarto oscuro, la boca seca y amarga.
Es el mismo departamento que vi la noche del viernes ¿o fue ayer? Salgo y me
encuentro el Oxxo. Ahí el encargado de la caja me indica que sí recuerda haber
escuchado una fiesta pero no puso mucha atención “aquí hay fiestas todos los
días, señor”.
La manta seguía ahí cuando volví a mi
departamento. Metí la mano a mi bolsillo y me encontré un cartón arrugado que
saqué y abrí. Era un número de teléfono y debajo el nombre “Ingrid”.
Inmediatamente lo rompí y tiré a la basura. No hay otra manera de mantenerse
libre de dolor.