El hombre del taller de bicicletas mentó la madre por segunda vez. No llegaba el pendejo de su asistente y ya tenía fila de clientes. Cada vez que llueve es lo mismo, las cámaras se rompen en los baches que la gente no ve por el agua, los pedales y las estrellas se doblan, es una mina de oro.
"Se van así desapareciendo para arrancar sus propios negocios luego que aprenden como le hago. Pero pasan unas semanas y vienen de regreso a pedir chamba ¿No que estaba tan pelado, cabrón? ¿No que cualquiera se la podía aventar?" Sonríe y se le tuerce el rostro, seguro está recordando la última vez que el pendejo de su asistente se desapareció y luego vino a pedir perdón.
Llega un Datsun ochentero color negro y se estaciona. Dos personajes ocupan los asientos del chofer y el copiloto. El que maneja abre la puerta y sale del carro. Sus pantalones vienen tan abajo que para cualquiera que estuviera distraído con la escena habría recibido de regalo la desagradable fotografía de sus nalgas.
"Andaba buscando la pieza, mi Arturito. No te me enojes tanto"
"Hijo de la chingada, ve como tengo de clientes y tú te me vas. Mira, atiende al señor en lo que termino esta bicicleta ¡Pablo! Pablo, dónde andas. Mira, ve con mi suegro y pídele la llave para tronar las bielas." Sale Pablo, un personaje de no más de quince años en su bicicleta hasta que da vuelta en la esquina.
"¿Qué vamos a hacer con su bicicleta?" Me pregunta el personaje que sigue sin subirse el pantalón.
"Mira, trae flojo el manubrio. Cada vez que ando en una subida y tengo que pedalear parado me cuelgo del manubrio y lo aflojo. No sé si sea porque está muy floja la tuerca o porque está muy jodida la bicicleta. También quise subir el asiento pero a la hora que aflojé la tuerca ya no la pude volver a apretar".
"A ese asiento le falta una abrazadera"
"Lo habré perdido".
El hombre del taller de bicicletas le pide a otro asistente que sostenga la otra bicicleta mientras él trata de tumbar la biela a mazazos. El ruido es una pesadilla. Llega detrás de mí una señora con un escote de viernes por la noche y un niño que carga una bicicleta que está ponchada de las dos llantas "No sé si solo sea de echarle aire o hay que hacerle algo más"
"Ahorita se la revisamos, señito. Nada más deme diez minutos. Mira señor, la bronca con tu bicicleta es que la compraste bien austerota ¿Cuánto te costó?" Tardo un momento en darme cuenta que está hablándome a mí, es hasta que me avienta otra vez la sonrisa chueca.
"Mil trescientos en el Chedraui que está aquí a dos cuadras".
"Es que ésa es la cosa. Te las arman bien austerotas y no te duran nada. Mira, yo te hubiera vendido una lechera que tengo aquí atrás. Novecientos varos y te la pinto del color que quieras. Es de las antiguas, mira". Abre un mueble que tiene al fondo y me enseña un cuadro oxidado con manubrio de cuernos. No veía uno así desde mis ratos en el pueblo.
Llega Pablo con las manos vacías "Dice tu suegro que no te presta ninguna herramienta. Que si quieres, te la vende porque no le gusta prestar su herramienta"
"Hijo de la chingada. Mira, vamos a sacarla a mazazos, agarra la bicicleta tú también". Empieza otra vez el ruido, la señora del escote se desespera un poco y se sienta en el escalón de la entrada. Los hombres que andamos por ahí parados nos vemos obligados a mirar a otra parte. Bendito pudor que nos rodea para darnos recetas ante estas provocaciones.
La biela y la estrella central salen volando al vigésimo chingazo del mazo. El dueño de la bicicleta se le queda viendo al señor del taller con cara de y ahora qué sigue. "Ves cómo vienen ahora las bicicletas, las hacen de pinche plástico. Te la puedo arreglar pero no tardas en volverme a visitar para que te la enderece. Cómo ves, ¿la cambiamos?"
El dueño lloriquea un poco hasta que convence al señor del taller de arreglarla a mazazos. "Te la voy a tener para mañana entonces ¡Pablo! Mira, vete aquí con mi suegro y cómprale una abrazadera para la bicicleta del señor. Te va a costar veinte pesos llévatelos y vete en chinga"
"Uh, que la chingada ¿no se te ofrece algo más?" Pablo vuelve a agarrar su bicicleta, esta vez arrastrando un poco más los pasos. Se pierde otra vez en la esquina.
"¿Entonces qué, mi señor? ¿Se anima con la lechera o qué?"
"Espérate a que me acabe ésta. O bueno, a fin de mes vengo, pero ando buscando también una de mujer"
"¿De mujer dijo? Hubiera dicho antes. Tengo una chingonsísima aquí atrás, mira nada más para que te enamores. Es de las antigüitas. Mira el cuadro. Las llantas vienen con vistas blancas."
"Vengo en la quincena"
"Pero te la voy armando, tú dime de qué color la quieres. Sin compromiso. La miras y ya decides, pero estoy seguro que te la vas a llevar. Va a quedar al putazo."
"Vengo la otra semana para verla"
"Aquí te la voy armando ¡Pablo! ¿Dónde andabas cabrón?"
"Con tu suegro. La abrazadera costó treinta. Dice que le debes diez".
"Hijo de la chingada. A ver, tú atiende al señor en lo que yo termino esta bicicleta".
"¿Qué le vamos a hacer?"
"El manubrio anda flojo y le vamos a poner la abrazadera para que ya no se baje el asiento".
"¿Qué tan alto quieres el asiento, morro?" Tardo un segundo en descubrir que yo soy el morro.
"Ahí te lo había dejado a la altura, pero deja vuelvo a checarla". Me subo a la bicicleta hasta que dejo el asiento a la altura.
"Ahí quedó" me muestra la bicicleta mientras limpia el sudor de sus manos que se quedó manchando el asiento.
"¿Cuánto te debo de esto?"
"Arturito, que si cuánto va a ser"
"Ahí nomás unos cien varitos. No, no se crea señor. Páguele la abrazadera al morro y listo.
Me voy pedaleando y llego a la subida antes de la casa. Me paro en los pedales y se me afloja el manubrio que nunca me apretaron. Hijos de la chingada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario