El decreto vino por la mañana. Aún estaba desayunando cuando
se anunció por la radio oficial que el presidente Inmaduro había firmado
durante la madrugada una ordenanza que prohibía hacia el futuro el aumento del
nivel del mar, y para que no quedara duda, también firmó el decreto “que
establece las bases para un calentamiento global ordenado y a favor de las
clases populares”.
La reacción en Washington no se hizo esperar. En principio, el secretario de Estado Jerry declaró que no se daba por enterado de la situación, pues seguía sin demostrarse que existiera tal cosa como el calentamiento global “fue la campaña de Al Gone para ganar el premio Nóbel. Qué bueno que no se lo dieron al mentiroso ése”. En las Naciones Unidas no hubo reacción pues era martes de asueto. La comisión permanente del Congreso de los Establos Unidos Mexinacos fue a preguntarle a Enrique Pifias Neto qué es lo que podía declarar, pues no fuera a malinterpretarse una comunicación independiente del Congreso como un desafío al Pacto por México.
La ciudad de Maracaibo se salvó porque la protegió la masa continental, pero Caracas sufrió la peor embestida del mar del Este. El huracán Fidel vino y levantó grandes masas de agua sobre la ciudad costera y capital de Vendesuelas. Inmaduro decretó la prohibición antes mencionada y comenzó la persecución de los capitalistas salvajes que habían provocado semejante desastre. Los desastres nunca son naturales, seguro algo hicieron para que pasara lo que pasó. La policía secreta comenzó la investigación y apresó a Caprichi y a toda su horda de bandidos que osaron crear a la oposición que tanto daño le ha hecho a la república bolivariana. Después de largas horas de tortura, uno de los traidores a la patria confesó. Tomó mucha Coca Cola, compró dólares en el mercado negro y dejó abierta la llave de la regadera cuando se estaba enjabonando. La ordenanza que regula el calentamiento global establece claramente en su artículo veinticuatro que cualquiera de estas actividades será tomada como un abierto desafío a las autoridades populares de Vendesuelas, con el castigo correspondiente. Debe morir a pedradas en la plaza pública.
Aún recuerdo ese desayuno porque había olvidado separar la basura. El señor basurero actuó sin mucha sorpresa cuando levantó las bolsas del contenedor, pero recuerdo vagamente que anotó el número de la casa. Me apresuraba para hacer las maletas y huir del país cuando tocaron violentamente la puerta “¡señor Sardina! ¡señor Sardina, abra la puerta!”. Una descarga eléctrica recorrió mi espina dorsal. La voz de estos sinvergüenzas que amenazaban con derrumbar mi puerta se escuchaba demasiado cubana para ser verdad. Seguro eran de las brigadas médicas que mandó el señor Raúl desde la isla hace algunos años. Todos sabíamos que además de médicos eran espías, y en algunas ocasiones necesarias, eran los que desaparecían a los enemigos del sistema. Qué hacer, qué hacer. Volví al baño para ver si me había rasurado bien. No quería acumular más cargos si es que me atrapaban. Abrí la regadera para hacer creer a los de afuera que me bañaba y que eso retrasaba que les abriera, pero luego recordé el estúpido artículo veinticuatro.
No me quedaba mucho por hacer. Subí al techo y de ahí corrí entre las terrazas hasta la calle de atrás. La cuadrilla médica se percató y comenzaron a rodear la cuadra desde ambos extremos. Escuché gritos de vecinas alteradas que miraron a los hombres correr con jeringas y cubrebocas. Lo que menos quería era hacer un escándalo en la cuadra, pero ya no había mucho más.
Fue el perro del vecino el desagraciado que lo echó todo a perder. No ladró, eso hubiera sido demasiado común. Se quedó callado, mirándome ¿Cuándo han visto un perro que cierre la boca cuando lo tiene que hacer? Uno de los médicos vio al pastor alemán lamiéndose los bigotes mientras me miraba atento en el techo de su casa. Tal vez pensó que le lanzaría algo de comer. Traté de bajar sin hacer mucho ruido, pero ya me esperaban.
El juicio comenzó dos semanas después. Desistí de un abogado pues sabía que vendría uno de oficio que solo haría las cosas más complicadas. “Señor Sardina, los cargos que pesan sobre usted son impresionantes, hay hasta para condenar a cuatro seres humanos con los años que podríamos apresarlo. Sin embargo, usted sabe que el presidente Inmaduro es un hombre benevolente y que quiere a su pueblo. Está dispuesto a perdonarle todas sus faltas si tan solo acepta ser nuestro cuidador de cuadra. Sabe, los cubanos están prontos a volver a la isla, y necesitamos tener una red de ciudadanos comprometidos que hagan cumplir las nuevas ordenanzas del pueblo vendesuelano. Además de la que se decretó ayer para prohibir que vuelva a subir el nivel del mar, están las otras dos que prohíben el comercio y la explotación de nuestra gente. Los policías no se van a dar abasto, así que necesitamos que la propia gente cuide de sí misma. Queremos que usted sea uno de ellos. Sabe que el peligro es latente, pues la oposición se está armando para resistir. Caprichi está recibiendo apoyo secretamente desde Washinkston, algunos hablan de armas.”
Rechazar nunca fue una opción. Mi desayuno ahora lo paso más tranquilo. Mi nueva profesión me asegura un pago mensual que sale de las rentas petroleras. No debo hacer nada más que caminar por la cuadra y tomar nota en una libretita que me dieron en la oficina del juez. Apellidos, quieren tres o cuatro apellidos por mes y todo sigue tranquilo. El que anoto desaparece por la noche.
La ciudad se va recuperando del terrible ataque del huracán Fidel y los malditos infieles que lo planearon. El nivel del mar se ha mantenido bajo control igual que el tipo de cambio. La inflación sigue por los cielos, pero será cosa de encontrar quién lo sigue motivando a pesar de las ordenanzas que decreta Inmaduro.
Hoy por la mañana se anunció un día soleado. Las nubes que
veo por la ventana deben ser el problema que recientemente me he encontrado en
los ojos. Principios de cataratas, dijo la brigada médica que me visitó la
semana pasada, y que de paso se llevó la libretita del mes.
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