martes, 29 de octubre de 2013

los que caminan tristes

Todo comenzó como una broma. Eran los tiempos cuando Vicente Fox impulsaba el desarrollo inmobiliario como motor de la economía mexicana. Todos teníamos derecho a una casita y dejar de rentar o vivir con nuestros suegros. Luego vinieron las inmobiliarias con sus nombres cursis para las nuevas colonias en las afueras de las ciudades.

El juego comenzó entre el Dr. Zúñiga y su compadre con el que siempre se tomaba una botella de ron los martes. “Es una máquina muy simple” dijo mientras miraba a su compadre a través del vaso ámbar. “por un lado son frutas o flores, por el otro lugares exóticos. Es un conjunto de dados, verás qué fácil es usarlo y tener todos los nombres que se te ocurran”.

El juguete surgió porque a la gente se le iban acabando las ideas para las colonias. Primero comenzaron con lugares lejanos que sonaban elegantes. Venetto, Rioja, Burdeos. Luego los ríos y las montañas, luego los santitos. Eran tantas las colonias nuevas que había que encontrar una nueva forma de bautizar.

“Arrójalo y verás”. El compadre lo hizo sobre la mesa y apareció primero una lista. “Huerto”, y luego el otro dado “de las fresas”. Lo volvió a arrojar, “cordillera” y en el otro dado “de los arándanos”. El compadre no lucía sorprendido, era más bien un artefacto simplón, algo que un programa de Excel pudo haber realizado con la función de Aleatorio. Pero bueno, era su compadre y había que mostrar algo de solidaridad.

El problema no fue entonces, sino décadas después. Los antropólogos fueron los primeros en señalarlo. La idiosincrasia de un pueblo se puede trazar a partir de los nombres de los lugares. Normalmente arrojan señales de los héroes y de los mitos que conforman a un grupo en particular ¿Cómo rastrear a esta gente que vive entre frutas y flores? No poseían identidad, se trataba de subhumanos sin una identidad a la cual asirse.

Al principio pensaron que era otra de las mamadas que inventan los antropólogos para justificar su existencia, pero luego se les vio caminando sin rumbo. Lucían un poco más tristes que aquéllos que crecieron en colonias que sí venían de lugares con significado. Por ejemplo, yo crecí en la avenida del puerto y soy un pobre diablo. Nada que ver con mi amigo que creció en la Venustiano Carranza. Él un ganador, yo aquí escribiendo.


Las colonias siguieron creciendo y eventualmente la gente comenzó a construir historias sobre cómo llegamos a llamarnos el valle de los guayabos. Dijeron que todos vinimos de un gran fruto, que un grupo de pioneros caminó por estas tierras cuando todavía había animales salvajes y era peligroso. Fundaron donde vieron un árbol y comieron de sus frutos. Creo que uno era prohibido pero ya no me acuerdo qué le pasó a los pobres diablos.

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