Todo comenzó como una broma. Eran los tiempos cuando Vicente
Fox impulsaba el desarrollo inmobiliario como motor de la economía mexicana.
Todos teníamos derecho a una casita y dejar de rentar o vivir con nuestros
suegros. Luego vinieron las inmobiliarias con sus nombres cursis para las
nuevas colonias en las afueras de las ciudades.
El juego comenzó entre el Dr. Zúñiga y su compadre con el
que siempre se tomaba una botella de ron los martes. “Es una máquina muy
simple” dijo mientras miraba a su compadre a través del vaso ámbar. “por un
lado son frutas o flores, por el otro lugares exóticos. Es un conjunto de
dados, verás qué fácil es usarlo y tener todos los nombres que se te ocurran”.
El juguete surgió porque a la gente se le iban acabando las
ideas para las colonias. Primero comenzaron con lugares lejanos que sonaban
elegantes. Venetto, Rioja, Burdeos. Luego los ríos y las montañas, luego los
santitos. Eran tantas las colonias nuevas que había que encontrar una nueva
forma de bautizar.
“Arrójalo y verás”. El compadre lo hizo sobre la mesa y
apareció primero una lista. “Huerto”, y luego el otro dado “de las fresas”. Lo
volvió a arrojar, “cordillera” y en el otro dado “de los arándanos”. El
compadre no lucía sorprendido, era más bien un artefacto simplón, algo que un
programa de Excel pudo haber realizado con la función de Aleatorio. Pero bueno,
era su compadre y había que mostrar algo de solidaridad.
El problema no fue entonces, sino décadas después. Los
antropólogos fueron los primeros en señalarlo. La idiosincrasia de un pueblo se
puede trazar a partir de los nombres de los lugares. Normalmente arrojan
señales de los héroes y de los mitos que conforman a un grupo en particular
¿Cómo rastrear a esta gente que vive entre frutas y flores? No poseían identidad,
se trataba de subhumanos sin una identidad a la cual asirse.
Al principio pensaron que era otra de las mamadas que
inventan los antropólogos para justificar su existencia, pero luego se les vio
caminando sin rumbo. Lucían un poco más tristes que aquéllos que crecieron en
colonias que sí venían de lugares con significado. Por ejemplo, yo crecí en la
avenida del puerto y soy un pobre diablo. Nada que ver con mi amigo que creció
en la Venustiano Carranza. Él un ganador, yo aquí escribiendo.
Las colonias siguieron creciendo y eventualmente la gente
comenzó a construir historias sobre cómo llegamos a llamarnos el valle de los
guayabos. Dijeron que todos vinimos de un gran fruto, que un grupo de pioneros
caminó por estas tierras cuando todavía había animales salvajes y era
peligroso. Fundaron donde vieron un árbol y comieron de sus frutos. Creo que
uno era prohibido pero ya no me acuerdo qué le pasó a los pobres diablos.
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