sábado, 6 de diciembre de 2014

Un poema

La fotografías nacen espontáneas. Se toman y se vuelven recuerdos imborrables, referencias de días felices que arrancan una sonrisa. 

Tomé la fotografía y su rostro era pensativo, ausente. Frente a ella había un libro de cartón que apenas presentaban. Una poesía dolorosa de otros tiempos. 

La señora del público me preguntó si no había sentido el cambio de meridiano en 2001. Desde entonces el tiempo pasa mucho más rápido, no se ha dado cuenta, joven?

También vendía perfumes Mary Kay. Me preguntó si quería ver el catálogo. 


domingo, 30 de noviembre de 2014

se murió chespirito

1.

Cristy me mandó llamar a la oficina del rector y supe de inmediato que algo andaba mal. Si algo he aprendido en los cuatro años que llevo en esta universidad es que una llamada del rector nunca es una buena noticia. 

Toqué la puerta con algo de timidez, y de inmediato escuché la voz fuerte y falsa del rector "¡Jesús! Qué gusto saber de ti, pasa, pasa. Cierra la puerta, por favor. Cristy, por favor no me pases llamadas en quince minutos." En quince minutos me darían la noticia y después sería un desempleado. 

Pensé en lo que le diría a mi esposa. En cómo la tranquilizaría diciéndole que todo estaría bien, que aún tengo edad para buscar otro puesto y tal vez podía ser la oportunidad que habíamos estado buscando para salir de esta ciudad de mierda con todo su tráfico y la mala vibra de la gente. Mientras iba caminando rumbo a la silla frente al escritorio del rector con la sonrisa más hipócrita que he hecho en mi vida, en realidad iba pensando en las deudas que se acumularían, las colegiaturas de los niños, la vergüenza ante los amigos con quienes tendría que inventar alguna historia, o decirles que ya era hora de dejar ese puesto y que estaba en mi zona de confort. 

"Mira, Jesús. Las cosas parece estarse acomodando para ti. Van a abrir un puesto como coordinador de una licenciatura en la costa norte del estado. Necesito alguien de confianza allá."

Costa Norte. Intenté pensar rápido. Si no era Puerto Vallarta tendría que ser más al norte. El rector había entrado hace un año, y era obvio que su primer objetivo había sido limpiar las oficinas de personas cercanas a su antecesor. Yo no era precisamente amigo del rector anterior, de hecho mis habilidades sociales eran más bien torpes, si no es que inexistentes. Poco a poco había visto irse a quienes fueron mis compañeros de trabajo, y aparecer personajes obtusos cuya única virtud era su sumisión y obediencia a las nuevas reglas. 

"Necesito que te presentes ahí el próximo lunes. Después te mandaré dinero para que puedas hacer tu mudanza y llevarte a tu familia". 

Ni siquiera le había dicho que sí, y este soberbio imbécil ya había supuesto que su noticia era lo mejor que en mi vida me podía pasar. 

Finalmente acepté, y el lunes estaba sentado en un autobús rumbo a Vallarta. Solo llevaba cuatro cambios en una maleta vieja de piel que me había regalado mi padre cuando me gradué de la universidad unos quince años atrás. 

2. 

No hay fuerza destructora más grande que el amor que se siente por una mujer. Esa fuerza arrastra, desmembra, desgarra cualquier sueño. Esa mujer lo sabía y no hizo más que jugar con el amor que le regalaba. 

Cuando supo que me iba a Vallarta, su sonrisa fue lastimosa. Era como si en el fondo estuviera desfondándose, pero intentaba mantener una mirada de indiferencia "Si eso es lo que quieres para tu vida, adelante. Yo no puedo acompañarte". 

Quise reclamarle que ella era mi esposa, que este tipo de planes debían ser motivo de felicidad para los dos, pero no fue así. Sabía que nunca ganaría una batalla de éstas. Me reclamaría por haber tomado la decisión sin ella. Nunca me hubiera creído que la decisión no la tomó ella ni yo, sino el rector. Eso me haría quedar aún más como un idiota sin carácter, incapaz de saber qué es lo que quiero con mi vida. 

Tenía un plan, el cual involucraba llegar a secretario académico en los primeros quince años en la universidad. Ahora me dirigía a un puerto miserable, donde la principal noticia normalmente era algún brote de mosquitos, y cómo el uso de algún insecticida para controlarlos terminó matando al insecto que se comía a la larva que come árboles. Hace ocho años Puerto Vallarta se quedó sin palmeras por este pequeño incidente. Simplemente quedaban reducidas a un cascarón que luego caía al suelo. 

3. 

Los kilómetros se me hicieron eternos. Cuando llegué estaba completamente agotado. La instrucción es que me presentara de inmediato con el secretario regional para comenzar a trabajar la mañana siguiente. No tuve tiempo ni siquiera para bañarme y la primera impresión fue desastrosa. La costa norte tampoco parecía estar particularmente emocionada por mi llegada. Me veían como una imposición del centro, un espía del rector que venía a poner orejas donde antes no las había habido. 

La costa norte es una zona turística, en donde los estándares de calidad parecen esconderse debajo de la cobija. Eso lo supe en las primeras semanas que estuve ahí. Si se había liberado el puesto que ahora yo ocupo fue porque el anterior nunca tuvo claro qué es lo que debía hacer. El rector aprovechó una coyuntura para deshacerse de mí, y al mismo tiempo asegurarse de que mi carrera sucediera tan lejos de él que nunca representara una molestia más para él y su equipo. La costa norte claramente no iba a ser una prioridad para él. Eso al menos me dejaba la tranquilidad para poderme dedicar a las cosas que yo quisiera. 

4. 

En una ocasión me presentaron a un profesor que venía de la UNAM. Después del café nos quedamos platicando y me contó de una vez que estuvo a punto de ser arrestado. Lo confundieron con un vago que había estado pintando unos murales como protesta contra el gobierno. Me contó que alguna vez fue un empresario respetado, dueño de una librería. Culto, educado, bien parecido, con un futuro prominente. 

"Se enamoró. Qué digo, se enculó con una salvadoreña. Nunca te enamores si lo puedes evitar. Verás, la mujer lo dejó y este hombre nunca pudo recuperarse. Perdió la cabeza y perdió todo su dinero en una lucha contra el sistema que nadie entendió. Se metió a las drogas y pasó los próximos treinta años de su vida vagando miserablemente por el campos del CU. Una verdadera tragedia". 

Traté de terminar la conversación, pero afortunadamente en ese momento entró otra profesora con un chisme que no pudo superar cualquier conversación anterior: había muerto Chespirito. "Conozco a su hija, deja le llamo para darle el pésame". 


martes, 21 de octubre de 2014

código de barras

No entiendo cómo no se le ocurrió a alguien antes. Fue una idea genial, aunque de haber sabido todo lo que provocó, tal vez hubieran pensado mejor su estrategia de lanzamiento. Ambientalistas, orgánicos y demás fauna se encuentran con los pelos de punta, pero a mí eso me vale madres.

Imaginen mi cara cuando llegué al supermercado y me encontré con que las frutas y verduras contaban con un código de barras. No me refiero a un adhesivo, sino a un código integrado a la piel de cada producto.

Busqué con atención si cada limón lo portaba. Repito, no era tinta o algo removible. Las frutas y verduras nacieron con esa especificación. Contaban incluso con códigos familiares unos con otros. Por poner un ejemplo: los tubérculos todos tenían números similares, y así también los cítricos.

No era el único impactado con la noticia. Las personas se paseaban por los pasillos de frutas y verduras claramente emocionados. Similar a cuando los refrescos traían sus nombres y todos deshacían paquetes y cajas con tal de encontrar el suyo. Aquí el efecto parecía ser diferente. Nunca más un vegetal sin identidad propia.

Lo mejor fue al momento de pagar ¿recuerdan esos interminables segundos mientras la señorita busca en su lista de claves para cada alimento perecedero? Bueno, se acabó. El inconveniente es que se tenían que abrir las bolsitas para pasar fruta por fruta por el lector. De cualquier forma, era un ahorro significativo de tiempo.

Le pregunté a la cajera que si cómo le habían hecho. Seguro implicó una investigación profunda en genética de los alimentos y luego en programación que se le implantó a cada semilla. Su respuesta fue una mirada indiferente, y luego un "¿redondea los centavos?".

martes, 26 de agosto de 2014

libros libres

Soy coleccionista de libros con defectos: Si los cortan mal al momento de la impresión, si dejan una hoja con dobleces que no corresponden, si están mal atados o mal pegados. Si se les corrió la tinta o se manchó alguna de las hojas con los dedos de algún impresor descuidado. Mejor aún, si tienen faltas de ortografía y de sintaxis, error que se reproduce en cada una de sus quinientas o mil copias. Los errores finalmente le dan personalidad a un libro que aspira a ser una copia perfecta.

Los que normalmente tienen más errores de este tipo son los libros traducidos. Las expresiones de un idioma nunca embonan exactamente con el otro. Cada lenguaje es una llave abierta que, aunque lleve agua igual que todas las demás, la forma en que ésta se desparrama por el aire o al tocar el suelo es impredecible. Si el agua moja el papel o si su suerte corre sobre un piso de piedra, todo esto cambiará el producto final. Así los libros intentan reproducir las copias de agua de un idioma, pero nunca quedarán igual. Al editor más exacto se le pasan errores superficiales o tan escondidos que ni en la segunda edición se percatan. A veces he sospechado que no soy el único coleccionista de errores, y hay editores que deliberadamente dejan errores que luego ellos atesoran por saber la página y el párrafo exacto donde se exhiben.

No hay algo más libre que un libro que se ha expresado por encima de las normas de la reproducción y los protocolos de edición. Se atreve a decir por encima de sus cuatrocientos y tantos hermanos idénticos "yo creo que esta parte de mi esencia quedaría mejor con esta mancha".

sábado, 12 de julio de 2014

Atar bolsas de pan

Estoy pensando en mi trabajo ideal. Ya he llegado a dos finalistas: el que le pone el alambrito al pan bimbo o quien maneja el tren que pasea niños en la plaza del centro. He estado mirando a la mujer que maneja este tractor y parece ida, como si su existencia se drenara junto con el combustible que usa para dar vueltas alrededor del templo. 

Vueltas, como también daría al alambre alrededor de la bolsa una vez que ha quedado dentro el pan. 

Pensaría que de esa forma mis turnos acabarían más pronto y podría finalmente poderme dedicar a mi sueño. 

No puedo decir que este sueño sería justo si me lo pagaran. Por eso necesito algo que se vuelva tan monótono como sea posible. Sólo así podré disfrutar cuando paso mis horas nocturnas haciendo lo que mejor sé hacer. 

Retengo el aliento, cierro los ojos, te imagino como la última vez que te vi y comienzo a describirte. Lo anoto en una pequeña libreta que guardo junto a mi cama. Sólo así puedo soñar y no olvidar ningún detalle. 

sábado, 21 de junio de 2014

Aída

Toda la vida he inventado que me gusta el whisky puro, pero la verdad no soporto su sabor. Debo esconderlo con agua mineral y en ocasiones incluso con algo de coca. Es más un recuerdo que un gusto. Es transporte directo a esos días cuando por primera vez ganaba suficiente para poder pagar las cuentas de mis amigos e incluso las copas de compañía para esas bellas damas que rondaban ese bar que nos gustaba tanto ir. La cerveza ya era muestra de una vida que habíamos superado. Fueron apenas un par de años, pero fueron años que le dieron un significado nuevo a mi vida social.

Estaba comprometido, pero eso poco me importó. De hecho, unos meses después mandé todo al diablo ante las oportunidades que venían. Mientras la soledad hundía mi casa, la calle se volvió un espacio lleno de colores. En una ocasión de esas conocí a Estrella, una niña que parecía salida de una película. Apenas en sus primeros veintes, rubia y con una sonrisa que a cualquiera le podía arrancar el peor día de su vida en el primer segundo que se le tenía enfrente. Alta y con un sentido del humor increíble. Era perfecta para el trabajo que desempeñaba, pues la mayoría de las chicas eran guapas pero sin ese encanto.

Regresábamos cada jueves o cada vez que se daba la oportunidad. Los pretextos que teníamos que dar se volvían cada vez más huecos. Los estados de cuenta eran cada vez más abultados y difíciles de esconder. La paciencia terminó y pronto no era el único soltero. Eso detonó la época de mayor cantidad de visitas. Estrella y sus amigas estaban ahí y tan pronto llegábamos se arremolinaban en nuestra mesa. No era por cariño, sino que éramos sus mejores clientes. No nos importaba mientras pudiéramos pasarla bien.

La primera vez que le pregunté qué era lo que la hacía hacer lo que hacía se molestó y se levantó. No quiso saber de mí en varias visitas. Había cruzado una línea. No éramos amigos, no éramos confidentes, no era nadie en su vida como para hacerle preguntas que estuvieran fuera del script. Tardé en entenderlo, pero pronto volvió. Fría e indiferente, sabedora de haber ganado una batalla y poseída por esa arrogancia que ahora me escupía por haberle pedido que viniera a pesar de su rechazo. Un día la hice venir desde su casa y llegó tan encantadora como siempre. Fue la noche que más gasté.

No me malentiendan. No le pedía nada más que su compañía. Era una copa tras otra sin más intención que poderla contemplar y beberme su sonrisa. Pensé que eso cruzaría el círculo de indiferencia pero eso no sucedía. Solo siguió bebiendo hasta que la cuenta nos hacía levantarnos. Pretendía en ese baile de falso cariño y falso interés hasta que ya eran las tres de la mañana y había que irse a lavar un poco la cara para llegar a la oficina con un poco de descanso.

Fueron días felices y días de mucha euforia. No me limitaba a ese bar ni a esa niña, pero en buena parte su presencia enmarca todo lo que quise sentir. Una falsa libertad y una cariñosa demostración de lo superficial que puede llegar a ser la felicidad. Y nunca pedí más, nunca necesité más hasta que un día me enteré que ya no trabajaba ahí. Me lo comentaron como si se tratara de un cambio cualquiera. Estrella se fue para el norte y seguramente no volverá por acá. Sentí que mis tripas se arrugaron. Para ese entonces éramos menos amigos pues algunos ya habían cambiado su residencia a otras ciudades.

Supe que se había terminado una etapa y de hecho ya nunca volví a ese lugar, salvo una ocasión que me preguntaron por dónde se ponía bien y me invitaron un trago a cambio de la información. El lugar seguía siendo encantador, pero su ausencia era insoportable.

Ayer me llamó al celular. Me dijo que estaba en la ciudad y que no tenía nada qué hacer. Nos quedamos de ver en el Chilis de Santa Catarina y de ahí nos fuimos a Saltillo. En el camino pude ver que los años habían pasado sobre ella de una forma demoledora, pero que su sonrisa seguía ahí. Entendí que no me correspondía preguntar sino solo dejar que las horas fluyeran a su propio ritmo. Cuando nos saludamos me besó en la boca y pretendió que el tiempo no había pasado. Sus bromas intentaron ser las mismas de antes, pero ya ninguna daba tanta risa. Preferí seguirle el juego a arriesgarme a que ésta fuera la última vez que la viera.

Por supuesto que las bebidas fueron whiskys con agua mineral, tal como siempre habían sido mientras pasábamos horas en ese bar. Me contó poco, pero me dijo que le estaba yendo bien en el norte. Había entrado a estudiar administración y ahora trabajaba en un salón de belleza. Siempre le habían gustado mucho los peinados y al parecer a eso se dedicaba ahora. Tiene dos hijos preciosos, me mostró algunas fotos en su celular. Me atreví a preguntarle qué la había hecho venir a la ciudad y me dijo que había extrañado los viejos tiempos. Asumí que esos viejos tiempos se referían al menos en parte a mí. Después me invitó a su hotel, se había hospedado en el Crowne Plaza de Constitución. Me impresionó saber que ahora podía darse esos lujos. Al parecer el padre de sus hijos estaba proporcionando una pensión muy generosa después de que se divorciaron. Ahí me di cuenta que no era el único vulnerable a su encanto.

Me recostó en la cama y comenzó a quitarse la ropa. Quise detenerla para decirle que no fuera tan rápido, que moría por escucharla más que por tenerla, pero no tuve el valor para decírselo. Mientras nos acurrucábamos en la cama me percaté de todo lo que me hacía sentir. El olor de su piel siempre había sido hipnotizador pero asumí que se trataba de un perfume. Ahora podía aspirarlo todo cuanto quisiera y sin ningún límite. No sé en qué momento le dije que se viniera a vivir conmigo. Intento capturar de nuevo su aroma y lo cálido de su piel, el roce de sus pies en mis piernas mientras tratábamos de fundirnos en una sola persona, su respiración que parecía desesperada por sentirse viva, su cabello sobre mi cara y sus ojos, esos ojos tan expresivos que no habían perdido su inocencia. No tomó a bien mi propuesta. Tal vez pensó que me burlaba, o simplemente le dio miedo.

Si tuviera que englobar su regreso, diría que me arrancó estos seis años que han pasado desde el día en que la conocí. Me hizo volver a los días en que todo era más sencillo, cuando no había más preocupación que perder las antialcohólicas y llegar a casa a tiempo para dormir un par de horas. No la amaba a ella pero ella representaba el sabor de la libertad.

Al salir de la habitación me dijo que sí, pero solo con una condición. Debía dejar de llamarla Estrella. Su nombre era Aída.

martes, 29 de abril de 2014

al vivo nadie lo ve

Un hombre tuvo que morir para ser visto. Mientras vivió, todos lo hubieran podido ver pero para nadie resultaba interesante. Esa tarde pensó en tantas personas que se visten de fantasmas para ser observados. Cuántas de las personas que vemos en un día cualquiera en realidad están muertas con el ánimo de que les regalemos unos segundos de atención.

viernes, 7 de marzo de 2014

Las pistolas y la piedra

A mi abuelo paterno le volaron la cabeza en la cama de su homicida. Estaba con la mujer de quien disparó, lo descubrieron antes de que pudiera reaccionar. Mi padre entonces tenía catorce años. La muerte siempre tiene formas espectaculares de llegar. Su vida cambió radicalmente esa noche que le avisaron del disparo. Me imagino lo que pudo pasar por su mente. Primero pudo ser un pinchazo en el estómago y algo de calor en las mejillas. Luego pensó en lo que vendría y seguro se dio cuenta que sus oportunidades habían sufrido una fuerte devaluación.

En 1987 mi padre ya estaba casado y con tres hijos. Yo tenía cinco y comenzaba a descubrir la inutilidad de pasar horas sentado en un salón con otros quince infantes igual que yo, escuchando a una señora que se afanaba en darnos normas de vida a través de colores y plastilina. Mi hermana cumplía siete y mi media hermana que nunca conocí ya debería estar cumpliendo ocho.

En uno de sus múltiples caminos al sur para comprar mariscos, lloró. Maldijo su suerte. Se descubrió con treinta y cinco años y con una losa encima de él. Mantener una familia sin apoyo de nadie más, y con su poco dinero apostado a insular una Ford Econoline 1982. Se preguntarán qué es eso de insular. Una vez me tocó verlo, cuando ya había comprado tres camionetas iguales. Recuerdo que una de ellas tenía un alacrán dentro de una bola de cristal que mi padre usaba como asidera de la palanca de cambios. Siempre tuve miedo de que cobrara vida y le picara en la mano. El carro perdería control y seguramente nos saldríamos de la carretera. Insular es llenar de una espuma amarilla toda la parte trasera de la cabina, una que aísla las paredes, el suelo y el techo. Sale de una manguera a alta presión y va llenando todo de color. Mi tío abuelo Elmer dirigía la manguera hacia la camioneta y me dijo si yo quería apuntar. La tomé y disparé la espuma. Es un buen recuerdo. Luego le ponen una fibra de vidrio para hacer firme el suelo. El costo debió ser alto, pero permitía que el marisco que se compra en el sur llegue congelado al norte. Había que pasar primero a la hielera para llenar de nieve toda la cabina trasera. También era una pistola la que arrojaba la nieve, pero ésa nunca la usé.

Desde San Quintín hasta El Rosario hay cuatro horas de camino en una carretera de un solo carril donde no hay nada más que desierto. Ni siquiera una gasolinera que permita cargar el tanque. La gente nueva por la península de Baja que no toma la precaución de llenar su tanque antes de iniciar la travesía por el desierto pronto descubrirá su mala suerte o a los proveedores clandestinos que mezclan la gasolina con etanol y la venden al doble de precio. De noche este paso es un espectáculo de cielo estrellado, recortado por las siluetas de cactos y rocas gigantes.

Mi padre ahí maldijo y lloró mientras avanzaba al sur. En algún punto descargó su ira contra quien hubiera planeado que su vida fuera tan dura y lo solo que se sentía. En algún punto entre la recta de ochocientos metros y la siguiente curva, una roca entró a la atmósfera y se incendió. No solo eso, sino que bajó hasta casi el nivel del suelo y comenzó a seguir a la Ford Econoline 1982 durante varios kilómetros. Mi padre pudo ver esa roca incandescente avanzar junto a él e iluminar todo el desierto. De pronto se hizo de día por unos segundos. Luego la roca atravesó su campo de visión y chocó contra el suelo, dejando una explosión ligera en el aire y una estela sobre el horizonte.

Mi padre nunca habló de esto hasta un día que nos sentamos en su oficina. Había una Don Pedro con un cuarto de su líquido y ya se había terminado la Coca. Al final se rió, como siempre lo hace con lo que no entiende o lo lastima. Dijo que qué pinche susto le había sacado la piedra esa y le dio otro trago a su bebida. 

Yo le pregunté si alguna vez pensó que había sido una respuesta de su padre desde arriba. Me dijo que sí, para que dejara de andar de llorón.


Lo acompañé varias veces al sur, pero nunca pude ver una piedra incendiarse en la noche. 

jueves, 13 de febrero de 2014

Ride

La señorita vendía cremas para el dolor y líquidos de clorofila para sanar enfermedades cancerígenas y otras cosas peores. Es una empresa de ésas de multinivel, me dijo mientras se acomodaba el borde de la blusa y terminaba de sentarse en el asiento del copiloto. La combi que la iba a llevar de vuelta a la ciudad la dejó porque se quedó comiendo con una señora a la que le vino a vender unos cupones y se le fue el tiempo. No pasa nada, aquí siempre pasan traileros y otros carros que me dan aventón. Casi nunca alcanzo a la combi, pero eso sí, tengo que estar antes de las ocho en la oficina o me multan.

El camino a Teocaltiche pasa por unas veredas que no tienen pavimento. El ruido de las piedras golpeando las salpicaderas mantiene un ritmo de realidad a la escena. Los atardeceres rojos de estas tierras podrían hacer fotografías de cada momento. Me van a mandar a Morelia a abrir una oficina, me acaban de nombrar asistente de gerente y si logro comprometer a veinte personas, me van a hacer gerente y voy a tener una oficina para mí sola. La cosa está en chambearle y no parar. El éxito es para los que quieren ir por él. La gente compra ochenta por ciento por impulso y veinte por ciento por necesidad, lo que tienes que lograr es enamorarlos para que te compren. Eso me lo enseñaron en la convención que hubo la semana pasada en Guanajuato.

Estudié psicología y criminalista, es lo que me gusta. No pude terminarla, pero ahora con las capacitaciones a las que asisto para seguir subiendo en los niveles, estoy aprendiendo mucho. Yo creo que soy una gran vendedora y puedo seguir subiendo mucho, la cosa está en echarle ganas.

Lo más que he durado en una relación son tres meses. Yo creo que el problema está en enamorarse, es cariño y no amor lo que uno debe de buscar. Por ejemplo, mi última relación fue con uno que quería ser soldado. Me dijo que me quedara a cuidar a su mamá y él nos iba a mandar suficiente para vivir bien. A los soldados les pagan muy bien, no para aventar para arriba, pero sí para vivir con lo suficiente. Le dije que no, porque yo no quiero que luego me estén reprochando que por ellos es que tengo lo que tengo. Yo quiero ser la que traiga el dinero a la casa, y si algún día nos divorciamos, que ellos sean los que me pidan dinero a mí para su pensión. Pensión se dice, ¿verdad? Dicen que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer, pero yo quiero que sea al revés, quiero que los hombres estén detrás de mí y yo ser una gran mujer. Porque mira, yo soy guapa e inteligente. A veces uno encuentra mujeres guapas, y a veces mujeres inteligentes. 

Pocas veces pueden encontrar que sean guapas e inteligentes en el mismo cuerpo, ¿a poco no?

Solo por haberme dado ride, te vendo esta crema ultra belgue a mitad de precio. Te va a servir para reumas, dolores musculares, estrés. Mira, llévatela y luego me platicas como te sentiste ¿cuál es tu celular? 
Te marco en una semana y nos vamos a bailar con mis amigas. Me gusta ir a donde hay música chola y pachuca. La cumbia también me gusta, a veces también la sonora. La idea es relajarse, no estarse estresando más. Hay veces que uno se encuentra con cada junior que termina yendo a esos lugares más a presumir que a otra cosa. Yo les saco la vuelta.