No entiendo cómo no se le ocurrió a alguien antes. Fue una idea genial, aunque de haber sabido todo lo que provocó, tal vez hubieran pensado mejor su estrategia de lanzamiento. Ambientalistas, orgánicos y demás fauna se encuentran con los pelos de punta, pero a mí eso me vale madres.
Imaginen mi cara cuando llegué al supermercado y me encontré con que las frutas y verduras contaban con un código de barras. No me refiero a un adhesivo, sino a un código integrado a la piel de cada producto.
Busqué con atención si cada limón lo portaba. Repito, no era tinta o algo removible. Las frutas y verduras nacieron con esa especificación. Contaban incluso con códigos familiares unos con otros. Por poner un ejemplo: los tubérculos todos tenían números similares, y así también los cítricos.
No era el único impactado con la noticia. Las personas se paseaban por los pasillos de frutas y verduras claramente emocionados. Similar a cuando los refrescos traían sus nombres y todos deshacían paquetes y cajas con tal de encontrar el suyo. Aquí el efecto parecía ser diferente. Nunca más un vegetal sin identidad propia.
Lo mejor fue al momento de pagar ¿recuerdan esos interminables segundos mientras la señorita busca en su lista de claves para cada alimento perecedero? Bueno, se acabó. El inconveniente es que se tenían que abrir las bolsitas para pasar fruta por fruta por el lector. De cualquier forma, era un ahorro significativo de tiempo.
Le pregunté a la cajera que si cómo le habían hecho. Seguro implicó una investigación profunda en genética de los alimentos y luego en programación que se le implantó a cada semilla. Su respuesta fue una mirada indiferente, y luego un "¿redondea los centavos?".
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