Luego reportaron que había sido un error del logaritmo
9897665464, el cual tradujo las conversaciones privadas en públicas y
viceversa. La primera sorpresa al abrir Facebook ese día fue encontrar
conversaciones que definitivamente no eran para estar en muros, entre personas
que supuestamente no se hablaban tanto.
El índice de relaciones rotas ese día llegó al récord,
incluso superando el 14 de febrero de 2009, que extrañamente había sido el más
alto de la historia. Muchas amistades también se perdieron, y no se hable de la
cantidad de personas que, sumidas en la vergüenza pública, cerraron sus
cuentas. Aún no se tienen reportes sobre suicidios ese día, pero seguramente
encontraríamos un pico importante.
Las demandas en Estados Unidos comenzaron de inmediato, pero
Facebook se defendió aludiendo al contrato de privacidad al que todos le
pusimos “he leído y entendido los términos y condiciones del uso de servicio”.
Ahí claramente dice que las conversaciones públicas y privadas le pertenecen a
Facebook y, por lo tanto, los usuarios
no pueden demandar sobre algo que no les pertenece. Si la red social publicó lo
privado, en realidad solo publicó lo sub-público.
Peor que Wikileaks, porque esta vez nos tocó en la puerta a
todos. Tanto nos burlamos de las pifias del gobierno estadounidense en sus
cables diplomáticos, que nunca nos imaginamos que a nosotros nos pasaría.
Algunas de ellas se hicieron inmediatamente virales, no podíamos esperar otra
cosa, ¿o sí?
Tuve la fortuna de haber borrado todas mis conversaciones
privadas una noche antes, no sé si lo preví o simplemente tuve buena suerte.
Esa mañana mi muro apareció en blanco, salvo la conversación que tuve con mi
madre poco antes de dormirme, donde me regañaba por estar despierto a las once
de la noche, “te quiero mucho, hijo. Me siento muy orgullosa de ti”.
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