Tenía un beneficio adicional que no se vendía dentro del paquete: la falta de sueño profundo permitía jugar con los actores, si me permiten el término.
La obsesión por soñarte comenzó a alimentarse cuando me enteré de los sueños ligeros. Podría finalmente reconstruir mis recuerdos sobre ti, moldearlos para que no te fueran tan favorecedores, mitigar los episodios violentos que siguen haciéndome dudar de mi autoestima. Podría dominarte, romperte, hacerte pedirme perdón tantas veces como mi ego lo necesitara.
Fui a averiguar. Me dijeron que necesitaba un depósito cuantioso o un aval que diera fe de que mis reflexiones no iban a usarse para ningún mal. Un psiquiatra, pues. No tenía dinero para un depósito como el que pedían, y ningún psiquiatra me daría un visto bueno considerando mi condición actual. Así que hice lo que cualquier otro ser humano: buscar la receta en YouTube.
Encontré algunos tutoriales, pero ninguno tenía comentarios que dieran fe de su éxito. No tenía más remedio que apostarle al que tuviera más reproducciones.
En ese video me encontré a la mujer con la que finalmente me casaría.