martes, 20 de enero de 2015

enfriamiento.

El landscape del sueño era extraño de por sí. Brillaba, tenía música de producción como si se tratara de una película de alto presupuesto, incluso podía ver a los violinistas marcando los tonos más sensibles de cada escena. No los veía pero sabía que ahí estaban, en ese extraño juego de los sueños por dar tantas cosas por sentado.

Llegaba con mi amiga a la gran mesa donde estaban sentados los miembros de la camarilla. Viejos y jóvenes, incluso viejos conocidos que le daban un aire de confianza a la escena.

El reto era congelar a mi amiga. Debía pasar al menos un año ahí hibernando entre los intelectuales más importantes de su época para poder subir. Yo debía conformarme a esperar, pues mi piel no tenía la capacidad para soportar el frío.

Vine un año después y la mansión lucía desolada. Todo el frío permanecía, pero los muebles estaban quebrados, sin vida. De las personas no encontré ni rastro, salvo la destrucción que dejaron antes de partir.

Los cajones de enfriamiento estaban vacíos, de mi amiga no quedó nada.

Desperté antes de entender qué hacía yo ahí.

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