miércoles, 18 de marzo de 2015

corte vertical

Me corté la muñeca por accidente mientras intentaba abrir un paquete que me llegó por correspondencia. Tomé unas tijeras grandes y las abrí para poder usar una de las cuchillas como cortador, mi fuerza falló y la hoja se fue directo sobre mi antebrazo. La cortada fue vertical, desde la base de la mano hasta poco antes de la mitad del brazo. Luego me enteré que ésa es la forma correcta de cortar las venas si es que buscas un suicidio efectivo. El corte transversal que ha puesto de moda la industria cinematográfica simplemente no logra que te desangres con suficiente velocidad, y normalmente terminas con una estúpida cicatriz y muchas explicaciones qué dar.

La verdad es que el corte vertical tampoco me ahorró las explicaciones. La herida no fue tan profunda como para dañar mis venas y provocar una hemorragia imposible de detener, más bien fue una cortada escandalosa y difícil de ocultar. Primero la porté con vergüenza y temor de generar percepciones equivocadas sobre el valor que le daba a mi vida. Las miradas irremediablemente iban a mi muñeca, aunque intentaba usar mangas largas y desviar la atención de ese punto de mi cuerpo. Normalmente fallaba, pues la herida era suficientemente profunda en la base de la mano como para hacer que los ojos imaginaran el resto del surco. En algún momento pensé en maquillaje, pero luego lo descarté por lo idiota del tema. No tenía nada qué sufrir, había sido un mero accidente. El estigma social era más profundo que la misma herida, y yo no hacía más que fortalecer ese motor.

La herida comenzó a tomar un tono marrón y se mimetizó con mi piel. Las mangas largas dejaron de ser un requisito, y las miradas cada vez eran menos presentes en ese punto de mi cuerpo. Poco a poco dejé de poner atención al tema hasta que tuve ese sueño que todos dicen haber tenido alguna vez en su vida. No tengo necesidad de explicárselos, pues si no lo han vivido, pronto lo tendrán. Ese sueño cambió todo. Mi vergüenza se volvió orgullo. Mi temor por ser señalado se convirtió en un estandarte de la máxima libertad a la que un ser humano puede aspirar. Quitarse la vida es una declaración política de la máxima propiedad y de la máxima hazaña. No perdí oportunidad para pintar ligeramente la cicatriz de un tono más rojizo. Después fue un cuchillo, con el que hacía pequeñas marcas para reavivar la herida en algunos puntos. No quería hacerla lucir como una nueva herida, sino simplemente resaltar un tatuaje que manifestaba mi voluntad absoluta.

El sueño se repitió y decidí romper la piel. La sangre fluyó, mientras miraba los dibujos que se hacían sobre mi piel. Nada grave, no pensaba quitarme la vida. La exclusividad de mi cuerpo se volvió un escándalo entre mis amigos, pero mi perspectiva se había transformado. No tuve que explicar, solo dejar que sus miradas supusieran lo que para ellos era lo peor. La piel eventualmente se cerró y yo dejé de pensar en el asunto nuevamente.


Anoche la herida se abrió y me habló. Eso de que mi voluntad era absoluta al momento de decidir quitarme la vida la hizo reír. En todo momento fue su acto y no mi voluntad la que la mantuvo viva y creciendo. Más allá de la herida física, fue en la mente donde siguió creciendo hasta un tamaño que ya era insoportable. Me recordó que fue ella quien me hizo abrir la caja con una tijera, y fue su decisión que la hoja atravesara mi piel. Desperté solo para descubrir mis sábanas con sangre. Vi que había sido mi mano la que reabrió la herida, pues mis dedos de la mano izquierda tenían huellas de haberlo hecho. Fui a mirarme al espejo y descubrí lo pequeño que era frente a todo. La libertad del ser solo se concibe en contraposición con la construcción que tengan los demás. Si mi herida cobró vida fue solo por haberme engañado creyendo que podía crear sin el consentimiento del resto. Me transformé para volverme lo mismo.