Es el día del bautizo, pero el templo no abre aún sus puertas. La familia espera en el atrio, decenas de mujeres y hombres en sus mejores galas. Una de ellas carga al bebé que será recibido en el rebaño del Señor por primera vez. La familia luce animada, pero a la vez desesperada por la tardanza. Debe haber una celebración esperando. Yo no lo sé, pues solo observo a lo lejos.
El viento arrecia y los puestos afuera del templo se sacuden, junto con sus lonas y los globos que cargan algunos vendedores que intentan su primera venta del día. Los niños corren pero ignoran todo lo que sucede fuera de su juego. Dos policías montados en bicicleta saludan al viejo que se sienta en el muro del jardín de San Marcos, el mismo que observa toda la escena desde una distancia prudente. Sabe que algo va a pasar (¿lo sabe?, mi impresión es que sus ojos no muestran sorpresa ante el aire, pero tampoco indiferencia, parece más una pausa, un momento en que la inhalación no se vuelve exhalación).
Algunos de los globos y papalotes comienzan a tomar vida, son sacudidos violentamente hasta que es evidente que los mueve más la voluntad que el aire.
Las personas siguen caminando afuera del templo, indiferentes ante las manifestaciones del poder reinante. Caminan y comen desinteresados de cuándo les toca a ellos caer. La operación aritmética es muy simple: si el viento cobra vida, alguien debe pagar con la suya. La energía no hace más que fluir de un cuerpo a otro. Todos somos cadáveres en espera de devolver lo que nos fue dado.
Las palomas parecen saberlo también. Lucen inquietas, intentando sortear la afrenta, volando de un árbol a otro, mientras esta ánima despierta de su sueño.
Me siento a observarte desde un ángulo donde el aire me trae el aroma dulce de tu perfume. No sé cuándo hayas decidido comprar esa esencia, pero desde entonces no puedo dejar de seguirte. Creo que ni siquiera te percatas de mi presencia. Así me gusta más, sin tener que explicarte por qué te sigo.
Si tan solo pudiera romper mi juramento y buscarte para tenerte a mi lado. Ni siquiera sé si algún día te acordarás que alguna vez nos amamos. Fue hace tan poco tiempo, pero al parecer lograste arrancarme de tu vida con completa facilidad. Hoy solo te sigo a la distancia, seguro de que has logrado programar tu vista para que no me registre, para cubrirme de niebla para así hacer que tu panorama ni siquiera reaccione ante este cuaderno que va siguiendo tus pasos y anotándolo todo con desesperación.
Te miro y anoto, seguro de que si lo relato distinto, tal vez pueda cambiar también el recuerdo. Intento seguir el cauce imposible de tu cabello, seguro de que ahí podré encontrar las palabras que tu boca ahora no quieren decirme.
Cuando abren las puertas del templo, las personas que entran ya no lucen como las que yo había observado. El viejo lo sabía y supo mantenerse a suficiente distancia.