jueves, 19 de diciembre de 2013

La primera regla en una cita es no lucir agradecido

Las relaciones plásticas tienen la ventaja de no dejar rastros cuando se van. Se desechan y se mantiene la armonía. Se pueden lavar fácilmente y no retienen olores. La fiesta para solteros que se anunciaba afuera de mi departamento tenía ese appeal. “Ven a conocer amigos o a tu próxima pareja. Todos los viernes, registro en 5553931080”. Discreto, sobre una manta y con pintura roja de rótulo. El complejo de departamentos que lo lucía era de los más viejos de la zona, buena parte de sus habitantes eran mayores que ya habían enviudado y solo recibían de vez en cuando la visita de sus hijos y nietos. Casi puedo apostar que habría más perros y gatos viviendo en ese lugar que personas.

Lo había visto ahí colgado durante semanas pero no llamó mi atención hasta esa tarde, justo después de colgar con quien me dijo que las cosas no pasarían de una noche. Era su regla para no encariñarse más, su manera de mantenerse libre de dolores innecesarios. Esa noche no dormirás y no la olvidarás, pero no volverá a pasar. Me lo dijo con tanta naturalidad que casi accedí.

Levanté el teléfono y marqué. Sonó tres, cuatro veces y entró una grabadora. Había que dejar todos los datos y un representante se pondría en contacto en algunas horas. De pronto sonaba más profesional de lo que la manta aparentaba. Llamaron y respondí “Este viernes lo tenemos lleno, las fechas navideñas hacen que tengamos más clientes que de costumbre. Puedo acomodarte para el siguiente viernes, aunque tendrás que llegar después de las nueve que se van algunos de los invitados.”

“Claro, no hay problema. Qué más tengo que saber”.

“Necesitas contar un asunto privado ante todos. Sabes, nosotros no cobramos por participar sino únicamente que accedan a esto que ahora te digo”

“No cobran ¿Cómo se mantienen?”

“Donaciones, pero de eso te platicamos después de la primera reunión. Por lo pronto ven a divertirte si es que estás de acuerdo en lo que te estoy pidiendo ahora”

“¿Qué tan privado?”

“Ésa es una pregunta que no tiene sentido que te la responda. La única persona que sabe el nivel de privacidad de lo que comparte eres tú. Puedes contarnos una mentira y si eres suficientemente bueno nunca lo sabremos”.

Ese viernes estuve tentado a visitar el lugar, pero descubrí que la dirección no era la misma para las distintas fechas. Ante el edificio que me indicó el enlace solo había un departamento viejo, casi lucía abandonado. El Oxxo de la esquina tenía protecciones en sus ventanas, un indicador de lo entretenidas que deben ser las noches aquí. Al salir de ahí tuve esa sensación de estar siendo observado por más de un par de ojos. El extraño que avanza por el campo de visión de quienes vigilan para otros. Esos otros que normalmente no se revelan pero que hacen sentir su presencia.

Durante la semana continué en mis actividades rutinarias hasta que llegó el jueves. Esa noche no pude dormir pensando en tantas tonterías, que podría escribir un diario de todo ello. Durante un sueño me encontré con una mujer que bebía un coctel verde mientras me miraba con indiferencia. Trataba de contarle de mi vida aburrida, diciéndole lo hermosa que era y lo afortunado que me sentía de poder estar ahí. Primera regla en una cita es no lucir agradecido. Las mujeres aprecian la audacia, los hombres que son seguros de sí mismos, una persona que se dice afortunado por estar con ella es alguien que manifiesta su inferioridad. Nada más patético. Pero en el sueño no podía controlarlo. Era yo pero a la vez no. La mujer desapareció y dio paso a una escena en un pasillo exterior. Muchas personas recargadas sobre una barra que parecía interminable. Las similitudes con películas que vi durante la adolescencia eran imposibles de ignorar. El fondo de la barra en tonos que podrían mimetizarse con el caribe mexicano, los vestidos coctel de las mujeres y la iluminación con antorchas clavadas en los jardines. Malditos clichés.

Las personas iban y venían pero parecía como si yo estuviera empotrado en el piso mientras el resto de la escena desfilaba a mi alrededor. Una mujer, luego otra, luego una bebida de colores que rebosaban la copa. Intentaba beberla pero parecía querer escapar de mí antes de permitir ser ingerida. Las mujeres también mantenían una extraña distancia que no podía ser desprecio sino una lucha por mantener su independencia. Te permito estar, tocar un poco mi mirada pero tendrá que seguir el desfile. En algún momento creí percatarme que las cosas finalmente estaban dando vueltas, pues algunas de las mujeres ya no eran tan desconocidas. Eso, o había descubierto patrones que las comenzaron a hacer predecibles. La risa calculada, la mirada a sus piernas mientras yo intento abordarlas con mi mejor speech. La sonrisa tiesa y el meñique a su ceja como pruebas de aburrimiento, tan pronto vuelvo a poner atención a la mujer ya estoy en otro lugar de la fiesta.

“Soy adicto al rivotril y puede que pierda el sentido a la mitad de esta fiesta” ahora recuerdo vagamente haberlo dicho justo antes de comenzar mi primer trago. Fue mi pase de bienvenida a la fiesta. Ahora despierto en un cuarto oscuro, la boca seca y amarga. Es el mismo departamento que vi la noche del viernes ¿o fue ayer? Salgo y me encuentro el Oxxo. Ahí el encargado de la caja me indica que sí recuerda haber escuchado una fiesta pero no puso mucha atención “aquí hay fiestas todos los días, señor”.


La manta seguía ahí cuando volví a mi departamento. Metí la mano a mi bolsillo y me encontré un cartón arrugado que saqué y abrí. Era un número de teléfono y debajo el nombre “Ingrid”. Inmediatamente lo rompí y tiré a la basura. No hay otra manera de mantenerse libre de dolor.